Quien se moleste en leerse las reseñas, críticas y demás opiniones o valoraciones sobre «To the Wonder», sin haber visto la película, no va a entender nada, porque rara vez se dan conclusiones tan radicalmente opuestas. Para unos es una inmensa obra maestra, para otros no pasa de ser una absoluta memez. En la Mostra de Venecia se llegó a una situación delirante, con los enviados especiales intentando medir si habían sido más los abucheos o los aplausos.

La controversia ha sido todavía mayor que la que se produjo con su anterior realización, «El árbol de la vida», y eso que aquella era una creación mucho más pretenciosa. En cuanto a estilo visual, no se pueden hacer distinciones entre ambas, y en lo que cambia su nueva propuesta es en el montaje, apartado técnico que ha motivado la mayoría de las discusiones.

Malick, apasionado del riesgo, rodó sin guión. Apenas les dió a los intérpretes unas directrices, buscando la improvisación. Pensó que la película debería de hacerse en la sala de montaje, y ahí esta vez -contradiciendo su habitual tendencia- decidió cortar por lo sano. Se cargó las actuaciones enteras de Jessica Chastain, Rachel Weisz, Amanda Peet, Barry Pepper y Michael Sheen. Son cinco renombradas estrellas que ya no aparecen en pantalla, con lo que el reparto no ha acabado siendo tan deslumbrante como en otras de sus películas.

Por lo demás, «To the Wonder» puede ser considerada como una continuación de «El árbol de la vida», con la que comparte el mismo tono autobiográfico, tratamiento formal y ausencia de diálogos, sustituidos por monólogos interiores que reflejan la soledad del ser humano. Si entonces hablaba de su infancia, ahora se refiere a sus relaciones de pareja. Así, describe la ruptura matrimonial con su esposa francesa, para volver con una antigua novia del instituto. En la ficción son papeles que recaen, respectivamente, en Olga Kurylenko y Rachel McAdams.