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Raimundo Fitero

Sirve

Llevamos media vida intentado descifrar la capacidad de incidencia del invento, de la televisión, en todos los estamentos de la vida. Vamos dando bandazos. Cuando reducimos la mirada a los asuntos electorales y partidarios, jibarizamos nuestro pensamiento y destruimos la probabilidad de alcanzar una respuesta definitiva. Influye. Influye mucho. Quizás influye demasiado. Nos sentamos delante del electrodoméstico esencial para ver lo que nos echen. No somos lo selectivos que precisaría un actitud crítica y rigurosa ante las programaciones, y en términos globales se ha creado una comunidad universal, masificada, sedada, adormecida por la televisión. Es conmovedor comprobar como en lugares donde la pobreza es asesina, en cualquier chabola, en cualquier rincón, hay un aparato de televisión.

Pero las posibilidades benéficas para todos del invento son muchas. El problema reside en el control de las cadenas y los canales. Por cierto, ¿los responsables actuales de ETB, ¿están satisfechos con los resultados de audiencias del mes pasado? Ese conformismo que han demostrado parece un síntoma de una enfermedad invisible que se llama desánimo. Cuestionadas las televisiones autonómicas, se ruega a los directivos se lean el manifiesto fundacional del ente vasco para que no se pierdan más de lo que están.

Pero resulta que cada día 3 de cada mes, los afectados por la tragedia del metro de Valencia se concentran para pedir que se siga investigando para conocer las causas reales del accidente. En «Salvados» vimos una de esas concentraciones que apenas congregaban a un centenar de personas. Era el triunfo del silencio doloso impuesto de la Generalitat y sus medios afines. Pero el pasado día 3 de mayo se concentraron miles de persona. Una imágenes televisivas espléndidas del mismo lugar, repleto de ciudadanía agitada y solidaria que se vinculaba inmediatamente como un efecto del programa de Évole emitido el domingo anterior. Esto es volver a señalar que la televisión sirve también para causas justas. Eso es lo que nos reconforta y nos alivia de tanta oscuridad y manipulación, como ver al suegro de Urdangarin haciendo ver que trabaja en su despacho meneando papeles.

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