La confirmación de que el tramo navarro del Tren de Alta Velocidad va a quedar aislado, sin nexo con el resto de la red, ha propiciado que en los últimos días proliferen los datos e informaciones en torno a este proyecto. El reportaje que hoy publicamos en estas páginas es, en este sentido, el perfecto compendio para comprender el alcance del disparate que se está cometiendo. Los 69 kilómetros entre Iruñea y Castejón harían de ese tramo la línea de alta velocidad más corta del mundo, así como una de las más caras, y su construcción ni siquiera garantizaría que Adif decidiera implantar el AVE en Nafarroa, ya que los trenes no podrían apurar su velocidad en un espacio tan corto. Si esto no ocurriera, las nuevas vías solo servirían para mejorar las prestaciones del Alvia que ya circula por la zona y que podría alcanzar una velocidad de 250 km/h frente a los 220 actuales. Un ahorro máximo de cuatro minutos, escaso rédito por una obra de ese calibre.

El proyecto de Tren de Alta Velocidad ha sido objeto de una fuerte contestación en Euskal Herria, también en la sociedad navarra, y el argumento medioambiental ha tenido desde el inicio un peso importante en esa oposición. Sin embargo, a ese argumento hace tiempo que se le ha sumado el económico, pues resulta imposible esconder el despilfarro que representa la faraónica infraestructura. Cada nuevo dato, cada cifra que se conoce, ahonda la sensación de que el TAV representa negocio para unos pocos y un gran agujero para las arcas públicas. Quizá por ese motivo sus promotores han apostado por la opacidad y la elusión del debate.

Con todo, aunque el fragor dialéctico invite a pensar que el proyecto ya es una realidad, lo cierto es que las obras están en una fase incipiente y no se ha colocado un solo raíl. Si existe voluntad y, sobre todo, sentido común, hay margen para detener este disparate. El problema es que hace tiempo que el sentido común dejó de ser una de las virtudes de los gobernantes navarros, y no parece que vayan a recuperarla a gran velocidad.