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Gloria REKARTE Expresa

Tampoco Videla

 

Murió Videla. No digo que pagando por lo que hizo, pero sí al menos señalado por el mundo como lo que fue: un dictador. Un genocida. Y, por situarlo política y humanamente en sus justos términos, un grandísimo hijo de puta. Ni los gritos de los torturados, ni el vacío infinito de los desaparecidos, ni los niños arrancados a sus madres, ni el horror y el miedo cuidadosamente sembrado le hirieron a Videla los sentidos y mucho menos la conciencia. Murió el dictador pero al menos murió en la cárcel. Argentina no consintió que la barbarie se recogiera en el cómodo abrazo de la impunidad. Poco a poco, no sin muchas dificultades, los genocidas van ocupando el lugar que les corresponde y sus víctimas, recuperando la dignidad que les negaron. Salvo en España, donde con magnanimidad y campechanía, las décadas de dictadura quedaron al otro lado de una línea a partir de la cual, y mirando hacia adelante, todo era democracia. Y hacia atrás, no hay nada que merezca la pena mirar.

Murió el dictador en una cárcel que en nada se parecerá a las que él llenó de cuerpos destrozados, de humillación y de muerte. De aquellos a los que llamó terroristas. Como Pinochet, Stroessner, Somoza, Trujillo, Franco y tantos más, tampoco Videla admitió que sus cárceles se llenaron de presas y presos políticos. Ningún gobierno lo admitirá nunca. Los encarcelados pueden ser subversivos, agitadores, comunistas; rojos, separatistas; masones incluso; terroristas siempre. Presos políticos jamás. Ni ayer ni hoy. Ni allá ni aquí. Con la diferencia de que los viejos dictadores no recurrieron nunca al vergonzante barniz de una declaración institucional tratando de negar, con rúbrica y sello, lo que sus propias actuaciones confirmaban.

 
 
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