Una «Primavera turca» demasiado dispersa
Dabid LAZKANOITURBURU
La protesta inicial contra un pelotazo urbanístico gubernamental en una céntrica y verde plaza de Estambul se ha extendido a otras ciudades turcas y ha derivado, en amalgama, en un levantamiento que congrega a todos los opositores, que no son pocos, al islamista AKP.
No hace falta alertar sobre el liberalismo económico que alienta a lo que se conoce como islamismo político, menos aún en el caso de una formación como la que dirige el primer ministro Erdogan.
A nadie se le oculta, además, que este tipo de movimientos utiliza las mayorías electorales que consigue -abrumadoras en el caso de Turquía- para introducir su propia agenda moralizante (prohibición del alcohol, uso del velo...) en las sociedades a las que gobierna.
De ahí a concluir, de todo ello, que estamos ante el inicio de una «Primavera Turca» va un trecho que los próximos días se encargarán, me temo, de desmentir, mal que le pese al Gobierno de Damasco, que sigue, entre divertido y ansioso, los sucesos en Estambul como una venganza por lo que está ocurriendo (y por lo que Ankara está haciendo) en la vecina Siria.
Y no porque Erdogan no se lo merezca, que seguro que sí, sino porque un simple vistazo a la diversidad, incluso contraposición, de agendas en las protestas turcas no invita a pensar en una estrategia continuada que pueda dar la vuelta al peso electoral incontestable del AKP.
A no ser que algunos hayan decidido que contra el islamismo político vale todo, incluso una alianza antinatura entre revolucionarios, nostálgicos del kemalismo occidentalizante y partidarios ultras de la «Turquía, una, grande y libre».
Está claro que el reto de la izquierda árabe y musulmana no es nada fácil frente a una fuerza, la islamista, que mantiene pujanza entre los desfavorecidos.
Resolverlo intentando aprovechar las contradicciones del sistema (como puede ser la tentación en Egipto después de que el alto tribunal haya declarado ilegales el Senado y la Asamblea Constituyente islamistas) es una tentación que puede abrir la puerta al regreso de los antiguos poderes (kemalista en Turquía, militar en Egipto y desturiano en Túnez) y volver a condenar a la izquierda al ostracismo.
Otra alternativa pasa por poner en evidencia las contradicciones intrínsecas al islamismo, que no son pocas. El problema es cómo y hasta cuándo.