«Un ilustrador debe modificar la experiencia total del libro»
Ilustrador y escritor
Iban Barrenetxea (Elgoibar, 1973) se ha convertido en uno de los más cotizados ilustradores del panorama literario actual gracias a su exquisita sensibilidad y, sobre todo, pericia a la hora de dotar de forma personajes y escenografías cargadas de un lirismo acentuado. El absurdo y la casualidad son un elemento más de su paleta, con la que retrata a carismáticos personajes que transpiran una sutil ironía.
Koldo LANDALUZE | DONOSTIA
Se define a sí mismo como «autodidacta, todavía en fase de aprendizaje, las ilustraciones y los libros han sido siempre parte de lo que soy. Me llevó mucho tiempo comprender que podía transformar mi pasión en profesión». Fruto de este empeño personal, Iban Barrenetxea figura entre los más destacados ilustradores del panorama actual. En su palmarés figuran galardones tan prestigiosos como los que cosechó en Bratislava y el Premio Euskadi y su afición por dotar de forma a lo mágico, le ha permitido indagar en los universos de Jack London, Arthur Conan Doyle, Lewis Carroll, los Hermanos Grimm y, por supuesto, sus propios y muy personales mundos imaginarios. Buen ejemplo de ello han sido las múltiples exposiciones internacionales dedicadas a su obra y, sobre todo, varias de sus obras escritas e ilustradas, «Bombástica Naturalis» y «El Cuento del carpintero», ambas publicadas por la editorial A Buen Paso.
¿Pervive en la memoria la primera vez que le regalaron una caja de pinturas?
¡Claro! Recuerdo que también fue mi primera experiencia con la crítica. Digamos que a mis padres no les gustó demasiado mi faceta de muralista. Pasó mucho tiempo hasta que me regalaron la segunda caja de pinturas..
¿Y durante aquella infancia, era de los que pasaba rápidamente las páginas con «letras» para buscar los dibujos?
En realidad descubrí muy pronto el poder que tenían esas «letras» para dibujar imágenes en mi cabeza. Dibujar era una forma de continuar esas historias que encontraba en los libros o de revivir una y otra vez las aventuras de una película de piratas de Errol Flynn.
¿Se ha encontrado en la tesitura de ilustrar algún libro que leyó en aquel tiempo pasado?
Es muy emocionante reencontrarse con los libros de la infancia. Creo que en el fondo siempre dibujo para aquel pequeño fan de las películas de Errol Flynn. Ya me las he visto con Alicia, con Blancanieves y con Sherlock Holmes, pero espero que algún día caigan en mis manos libros inolvidables para mí como «La isla del tesoro» de Stevenson o «Las aventuras del Barón Munchausen», alguno de Julio Verne, tantos otros....
¿Cuándo su afición se transformó en profesión?
Llegó un momento en el que había tantas personas que confiaban en mí y que me animaban a dar ese paso que al final se me terminaron las excusas. Lo cierto es que me lo pusieron muy fácil. Fue hace algo más de tres años, ¡y aún no me he arrepentido! No sé qué opinarán los demás.
¿Recuerda las emociones que albergó durante su encargo?
¡Cómo no! Fue como estar en un tiovivo. A ratos no tenía la menor duda que aquella iba a ser mi obra maestra. De hecho me preocupaba qué iba a ser de mí después, ya que jamás lograría superar lo que estaba haciendo. Mi primer libro no sólo iba a ser mi obra maestra, sino también mi «canto del cisne»... Pero eso solo duraba un ratito. Poco después quería tirarlo todo a la papelera, ¡ay!, ¡menuda porquería!, iba a hacer el ridículo espantoso, ¡cómo se me ocurre meterme en esto!, ¡soy un inútil, un fracaso total!... Me sigue pasando exactamente lo mismo con cada nuevo libro..
¿Qué suponen los premios?
Aparte de la alegría que supone ser premiado, la dotación económica que a veces conllevan permiten crear un paréntesis en el ritmo frenético del ilustrador profesional. La posibilidad de asumir riesgos, comprar tiempo para invertirlo en proyectos más personales. Pero lo cierto es que ¯aunque suene cursi lo digo de corazón¯ el verdadero premio, el más emocionante, es lograr conectar con ese lector desconocido que entra en una librería o una biblioteca y se lleva nuestro libro a casa.
Siempre he sentido curiosidad por saber qué alberga la cabeza de un ilustrador cuando comienza a leer las páginas del libro que debe ilustrar.
Ante todo un ilustrador debe ser un gran lector. Las buenas ilustraciones sólo surgen después de una asimilación profunda del texto. Vivimos con el texto hasta que se convierte en algo propio. El ilustrador no sólo debe ser capaz de plasmar las imágenes que se proyectan en nuestra mente, sino que debe destilar su propia lectura y transmitirla por medio de esas imágenes. Abrir nuevas ventanas por las que el lector pueda asomarse al texto. Unas buenas ilustraciones no solo cumplen una labor decorativa ni tratan de hacerle el trabajo a la imaginación del lector, deben modificar la experiencia total del libro..
¿Tiene un «Moby Dick» particular? Esa obra que desea «cazar» y dibujar...?
Me encantaría ilustrar «Las mil y una noches» de principio a fin, por ser una fuente inagotable de historias de una riqueza infinita. Pero necesitaría un par de vidas para poder hacerlo... Y... ¿por qué no? Mi otro «Moby Dick» sería «Moby Dick»..
¿En qué momento y por qué el ilustrador se bifurca en escritor o a la inversa? ¿Cómo asume esa dualidad-reto?
En mi caso la creación de imágenes siempre ha ido unida a la necesidad irresistible de contar historias. Como Scheherezade pero sin la amenaza de decapitación del Sultán, claro. Dibujo desde siempre y escribo desde siempre. En mi interior no existe una separación entre mis lados de escritor y de ilustrador, son exactamente lo mismo, dos medios para lograr un mismo fin: contar historias. Dos medios que además se refuerzan mutuamente al combinarlos..
Personajes tan iconográficos como Sherlock Holmes o Alicia ¿suponen una ventaja o un lastre para el creador?
Recuerdo que un día discutí acaloradamente con un amigo sobre lo innecesario de ilustrar una y otra vez clásicos como Alicia. ¿Para qué? ¡La versión original de Tenniel es perfecta, indivisible del libro! Algunos días después me ofrecieron ilustrar ese libro, cosas del destino. Acepté el encargo sin dejarles terminar la frase y me puse a dar saltos de alegría. Hay libros que son simplemente irresistibles. La fascinación supera cualquier otra consideración o cualquier miedo a ser comparado. Sucede como en la música: no importa que ya existan cientos de grabaciones de las sonatas para piano de Beethoven, algunas insuperables. Siempre habrá nuevos pianistas deseando compartir con nosotros lo que tienen que decir a través de esa música.
Obligada referencia a los cuentos infantiles. ¿Está de acuerdo en que se revisionen hasta transformarlos por completo?
Me entusiasman los cuentos tradicionales tal como son, con toda su crudeza. Volver a las versiones originales de los Grimm, por poner un ejemplo, es un experiencia sorprendente. El riesgo de actualizar clásicos es que pierden esa universalidad, la intemporalidad que ha hecho que lleguen hasta nosotros a través de los siglos pasando de un lector a otro. No me gustan las rupturas por el mero hecho de «ser moderno» y menos aún por ser «correcto». Tampoco se trata de crear algo apolillado, pero intento respetar siempre ese vínculo que la tradición a creado con el lector.
En su trabajo intuimos una gran laboriosidad en muchas de sus obras. A pesar de que puedan denotar cierto «barroquismo», se intuye una planificación nunca opresiva en la que juegan un papel muy importante los espacios. Es decir, el escenario o los objetos que acompañan al personaje adquieren una relevancia acorde o similar a la del protagonista. ¿Estoy equivocado?
Un ilustrador debe ser un poco de muchas cosas: director de casting, creador de vestuario, de decorados, director de fotografía, de escena... Me obligo a prescindir de juegos de planos más propios del cine y el cómic y trato de crear escenas más bien teatrales. Utilizo planos fijos donde el peso recae sobre los actores, en el gesto, en los detalles, para que todo ello en conjunto sea leído como si leyéramos un texto.
«Un ilustrador debe ser director de casting, creador de vestuario, de decorados, director de fotografía, de escena... Me obligo a prescindir de juegos de planos más propios del cine y el cómic y trato de crear escenas más bien teatrales»
Un breve vistazo a muchas publicaciones literaria, nos descubren la gran relevancia que ha adquirido en la actualidad la labor del ilustrador. En opinión de Iban Barrenetxea esto se debe a que «cada vez más personas están descubriendo que los libros ilustrados no son únicamente `cosa de niños'. Y que además de lo que las ilustraciones puedan aportar a la lectura, convierten al libro en un objeto aún más bello. Algunos de nosotros creemos sinceramente en la capacidad de los libros de cambiar el mundo, aunque solo lo cambien durante un ratito». Al hilo de esta cuestión, y al igual que en su caso particular, hay ilustradoras como por ejemplo Rebecca Dautremer, que han adquirido un estatus muy específico. Los libros se compran por sus ilustraciones. ¿Es real esta percepción? «Forma parte de ese descubrimiento. Están surgiendo lectores que, sin consideraciones de edad, buscan esa experiencia de disfrutar de un libro ilustrado, de tener esos objetos en sus manos. De todas formas la magia del libro/álbum radica precisamente en esa interacción entre el texto y la imagen. No se trata de prescindir de las palabras, ni mucho menos. El fenómeno Dautremer/Lacombe ha sido algo bastante inusual. Su obra ha llegado a personas que jamás se habían acercado a un libro ilustrado. Me alegra mucho la repercusión y lo que han podido aportar a la visibilidad del medio. Por otro lado, pienso que existen muchos autores que merecen ser descubiertos por los lectores y que por desgracia, al no contar con una promoción adecuada, son prácticamente invisibles». K.L.