Antonio Alvarez-Solís Periodista
La perversión de la inteligencia
El autor «deposita» esta carta sobre la mesa del «presidente del mundo» y se dirige a él horrorizado porque este defiende que la «privacidad de nuestra vida» ha de ceder su primacía a la «seguridad ante las fuerzas del mal». Considera que lo peor de la política de Obama es que en ella la brutalidad y el secretismo se alían contribuyendo a su fracaso como «factor de moral y de orden verdadero». Finalmente, invita a Obama a edificar una vida en que la libertad avale la responsabilidad.
Si pudiera depositar una carta sobre la mesa del presidente del mundo, éste sería su texto. La escribe un habitante del secarral español, un don nadie que sigue soñando, aunque con los ojos muy abiertos, que la democracia y la libertad son posibles.
Sr. Obama: Usted ha dicho recientemente algo terrible. Ha dicho que la privacidad de nuestra vida ha de ceder su primacía a la seguridad ante las fuerzas del mal. Primera advertencia de este irrelevante ciudadano: cuando usted habla de privacidad, implica nada menos que a la libertad, que es el don al parecer celestial que nos hace seres humanos. Usted, que se reclama de cristiano, sabe que Cristo murió por la libertad y en su mano había todas las posibilidades de establecer sin más la seguridad. Mas prefirió la libertad que certifica de urgencia la muerte ejemplar, y a esa muerte vital convocó a sus seguidores, antes que admitir como necesaria la maldad de los sacerdotes de Jerusalem, que vieron la blasfemia en la libertad. Al parecer Cristo era Dios y decidió dar preferencia a ser hombre. Recuérdelo cuando asiste a los oficios divinos usados en este caso como pomposo engaño de ilotas.
Usted, Sr. Obama, ha fracasado en su pretensión de liberar a los ciudadanos. O nos ha engañado. En cualquier caso, como cualquier emperador, usted nos empuja cada día hacia las cavernas al prostituir la inteligencia. Porque si la libertad no es plena e hija del riesgo, la inteligencia, hija de la libertad, acaba en una ruina envuelta en el trapo de una bandera.
De cualquier forma, el tejido de las mentiras sangrientas con que sus instituciones inmovilizan el libre pensamiento -que si no es libre deja de ser pensamiento- se va deshilachando con la rapidez con que el humo cede al amanecer. Decir que la seguridad nos protege no se cohonesta con el mar de sangre que producen quienes ahora controlan el mundo ¿Seguridad para quién, Sr. Obama? ¿Qué seguridad tuvieron y tienen quienes mueren por miles cada día en nombre de un antiterrorismo que no aspira a conservar una vida noble, sino unos intereses delictivos?
Usted, Sr. Obama, ha fracasado con su pretensión de seguridad para los mortales reducidos a trapos con que su poderoso entorno engrasa la máquina de hacer dinero.
Usted nos ha mentido con reiteración. Esperábamos que un negro representase la ansiada pureza en los comportamientos morales. Esa pureza por la que murieron nobles ciudadanos de color que usted vuelve a enterrar con su política. Pero ya ve, hay negros que tienen el alma blanca, como escribió un español en sus horas de irónica saudade, que un portugués definió como la nostalgia de lo que no se ha conocido.
Nueva gente que quiere liberar la verdad -y a la que ustedes pretenden eliminar en el festival de su persecución por una justicia perturbada- está apareciendo sin cesar para denunciar los grandes y dramáticos engaños sobre los que edifican la prisión en que usted y quienes tienen o reciben poder han convertido el mundo: Assange, Manning, Snowden... Todos, «terroristas» destructores de la libertad. Y ahora, para acelerar el proceso de clarificación, un ex primer ministro holandés, Ruud Lubbers, da cuenta pública -por lo visto no lo supo antes- de que en una base aérea holandesa el Ejército norteamericano custodia nada menos que veintidós bombas atómicas cada una de las cuales tiene una potencia destructora cuatro veces superior a la arrojada sobre Hiroshima. Parece ser que, en total, doscientas cuarenta bombas del mismo calibre están almacenadas en bases estadounidenses situadas en Alemania, Bélgica, Italia, Holanda y Turquía ¿Eso lo saben los gobiernos de esos países y callan? ¿Es la desinformación pública un factor de democracia? ¿Con este encubrimiento acaso no se introduce una desconfianza radical en la ciudadanía? Por cierto, Sr. Aznar, usted, persecutor de feroces poseedores de este tipo de armas, ¿no sabía tampoco nada de este asunto? ¿O el peligro de estas armas tiene diversos apellidos?
Sr. Obama, dadas estas noticias, su fracaso es evidente en la salvaguarda de la moral colectiva. Medio mundo aplaudió a usted cuando accedió al despacho oval. Y ahora la tristeza que produce el desengaño es más crecida que nunca, ya que usted venía como constructor de otra forma de existir a la que se le suponía unas características doblemente prometedoras. Conste que yo, modesto vertebrado en la selva humana, no esperaba gran cosa de su gobernación, pues no hay santo capaz de iluminar un templo que aloja el infierno. Estructuralismo elemental, señor presidente. Es blanca su alma, Sr. Obama, blanca como las vestes del Ku Klux Klan.
Me pregunto si el alegato de seguridad antiterrorista con que tratan de justificar ustedes todas las torturas e invasiones que destruyen la libertad humana es aplicable a esas monstruosas armas nucleares. ¿Son tan necesarias esas bombas para perseguir a los terroristas? ¿O la seguridad que representan, al parecer, esas bombas es una seguridad absolutamente desoladora para la justicia real que necesitan los pueblos? Ya han escandalizado ustedes la conciencia de muchos seres con esos drones teledirigidos que para acabar con eso que denominan un terrorista abaten cientos de civiles criminalmente, para que además protejan sus secretas herramientas de destrucción masiva aduciendo la seguridad americana y, por ende, universal.
Ha fracasado usted, Sr. Obama, como factor de moral y de orden verdadero. Usted tampoco ama la paz, como no la amaba Roma cuando sus legiones destruían pueblos enteros para asegurar las fronteras del imperio. Usted está destrozando la inteligencia universal, ya tan maltratada históricamente por su nación.
Lo peor de esta política en que se alían el secretismo y la brutalidad -alianza por otra parte inevitable; el secreto ya es en sí mismo una brutalidad cuando acontece en el plano político- es que están alumbrando una raza de clónicos que aplauden con vigor su propia destrucción humana. Leo las cartas y emails que publican los periódicos y me aterro ante la estupidez de quienes están postrados ante el arca de la alianza, que sólo contiene miedo o furor, furor o miedo. Millones de seres humanos acosan con su desidia moral y su salvaje intemperancia a los seres humanos que viven de rodillas o caen en el desordenado y confuso combate por la liberación. Se trata de esos clones que ya no funcionan con su propia maquinaria intelectual sino con la luz que reciben del sol nefasto del poder. Son relojes sin meridiano, seres que niegan su esclavitud transfiriéndola a quienes tienen la desgracia de ser sus hermanos biológicos. Algo que recuerda en ellos el tremendo saludo de «morituri te salutant», los que van a morir te saludan. ¡Ave, César!
Sr. Obama, usted ha fracasado como elemento corrector de esta guerra civil en que unos mueren al matar y otros mueren al defenderse, en que la violencia ha sustituido universalmente al diálogo y la ceguera dirige los pasos de una libertad muerta. Una sociedad donde nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos. Usted recordará una frase por el estilo, que convirtió en héroe a un gordo inglés que solamente amaba su propia gloria.
Sr. Obama, pese a todos los riesgos, edifique usted una vida en que la libertad avale la responsabilidad.