El colectivo de exiliados políticos vascos dio a conocer ayer la identidad de las catorce personas que integran su interlocución, cuyo nombramiento constituye un paso inédito hasta la fecha. Un movimiento que llega después de un largo proceso de reflexión, dificultoso por las condiciones en las que se hallan sus protagonistas, y días antes del importante acto que se va a celebrar este fin de semana en Biarritz, donde expondrán sus aportaciones y propuestas de cara a la resolución del conflicto.

Igual que en las primeras décadas del siglo pasado e incluso en épocas anteriores, en los últimos cincuenta años han sido miles los ciudadanos y ciudadanas vascas que han tenido que abandonar su hogar y exiliarse por motivos políticos, huyendo de la represión y de la tortura, y aun hoy se cuentan por cientos las personas que siguen sin poder regresar a sus lugares de origen. En algunos casos han encontrado refugio en Ipar Euskal Herria, en muchos otros, miles de kilómetros y todo un océano les separa de su país; unos y otros coinciden en el deseo de poder pisar otra vez, como hombres y mujeres libres, las calles que les vieron crecer.

Euskal Herria es, por tanto, un país que conoce de primera mano el exilio. El conflicto con los estados español y francés, en sus diversas manifestaciones, ha empujado a varias generaciones de vascos a tener que extrañar su pueblo y a arraigar en pueblos extraños. Es una realidad que forma parte de nuestra historia, pero no debe formar parte de nuestro futuro; nadie debería volver a cerrar la puerta de su casa sin saber si va a poder regresar a ella. Si este país pretende construir un porvenir en paz y democracia, debe hacer partícipe del mismo a un colectivo que tiene mucho que aportar y cuyo concurso, de hecho, es clave para afianzar ese nuevo escenario. Del mismo modo que un proceso resolutivo no podrá llegar a su estación término con las cárceles llenas, será imposible cerrar este capítulo de nuestra historia mientras siga habiendo exiliados.