En medio de la contrarreforma, la austeridad y el neoliberalismo elevado a la categoría de nueva «religión», la ofensiva antisindical que pretende vaciar de poder y sentido a esas organizaciones básicas para el equilibrio de poder y la justicia social es cada día más evidente. No es, sin embargo, algo exclusivo de nuestro país. El afán de quitarles el agua y el aire para reducirlos a un papel de comparsa para la concertación, a meros legitimadores de políticas contra la clase trabajadora, es una tendencia global que se está acelerando.

Así lo recoge el último informe de la Confederación Sindical Internacional. Allí donde la libertad sindical existe, sea en Canadá o en Nueva Zelanda, la tendencia es clara: esta se debilita, el derecho a la negociación colectiva también y las relaciones laborales reducen derechos de los trabajadores. Allí donde es inexistente, sea porque está ilegalizada o limitada por el monopolio del sindicato único, el aumento del trabajo precario, y en algunos casos esclavizado, también se dispara. Y por si fuera poco, aumenta el número de países en los que quienes destacan por su actividad sindical son físicamente liquidados. En Guatemala o Filipinas, en Bangladesh o Colombia.