Mikel INSAUSTI Crítico cinematográfico
Mi comida con Elías Querejeta
En una única ocasión tuve oportunidad de charlar con Elías Querejeta. Fue en una comida en el restaurante Aldanondo con la gente de Golem, que presentaban en Donostia la película de Montxo Armendáriz «27 horas». Estoy hablando de la edición de 1986.
No nos conocíamos y la única referencia que tenía de él era a través del difunto Antxon Eceiza, puesto que me había contado sobre cómo le produjo sus primeras películas al terminar en la EOC (Escuela Oficial de Cine). La diferencia generacional había hecho que viviéramos en Hernani en épocas distintas, y cuando jugó en la Real yo todavía no había nacido, o estaba a punto de hacerlo.
Para romper esa distancia creo que intercambiamos recuerdos sobre el cine Irazusta y, aunque las vivencias eran muy diferentes, coincidíamos en el gusto por las películas en blanco y negro. Para evitar hablar de «27 horas», debido a que suelo preferir al Armendáriz rural más que al urbano, salvo en la reciente «No tengas miedo», desvié el tema de conversación hacia cuestiones de mi particular interés cinéfilo.
Me armé de valor y le pregunté por las declaraciones que Wim Wenders solía hacer cada vez que se refería a la fallida «La letra escarlata», culpando a Querejeta, como coproductor, de haber llevado a cabo un montaje de la película sin su consentimiento. Elías, muy serio, me contestó que si la adaptación de la novela clásica de Nathaniel Hawthorne había salido mal era por la inexperiencia de aquel primerizo cineasta alemán, luego tan aclamado. Elías tenía seguramente razón, porque en lo sucesivo Wenders huyó del cine de época como de la peste.