Análisis | Guía para entender las elecciones en Irán
Un país, dos sistemas y muchos matices
La de Irán es una democracia formal (elecciones) sin casi parangón en la región, pero condicionada por una primera y última ratio teológica (el guía supremo y su entorno). A partir de ahí, el mapa político está plagado de matices que no soportan un análisis maniqueo (reformadores versus conservadores) tan al gusto de Occidente
Dabid LAZKANOITURBURU
La República Islámica de Irán es una especie de amalgama de teocracia islamista moderna y de democracia representativa.
El presidente, el Parlamento unicameral (Asamblea Consultiva Islámica o Madjlis) y los gobiernos locales son elegidos por sufragio universal secreto. El presidente, obligatoriamente varón, es el segundo en la jerarquía del sistema tras el guía supremo. Es el jefe del Gobierno, no el jefe de Estado, cargo reservado en exclusiva al guía.
El guía supremo, actualmente el ayatollah Ali Jamenei, es la máxima autoridad política y pretende, emulando al padre de la revolución iraní, el ayatollah Jomeini, concentrar el liderazgo político y el religioso.
Se basa para ello en la teoría del poder del jurisconsulto (Velayat i-faquih), que establece que, en ausencia del duodécimo imam del chiismo (el Mahdi, o imam oculto, que regresará algún día a establecer el reino de Alá en la tierra), el poder político puede ser dirigido por un líder religioso o jurisconsulto.
Esta reformulación moderna del chismo realizada por Jomeini no concita unanimidad en la totalidad de las escuelas chiíes (sobre todo en la vecina Irak).
El Consejo de Guardianes es una suerte de Consejo Constitucional y la mitad de sus miembros son designados directamente por el guía supremo. Puede prohibir candidatos. En estas elecciones vetó a dos de los favoritos, el pragmático Akbar Hachemi Rafsandjani, y al candidato Esfandiar Rahim Mashaei, delfín del actual presidente Mahmud Ahmedinejad.
El mapa político no obedece al clásico esquema bipartidista occidental ni responde a un esquema de partidos al uso. Eso no impide la competencia entre distintas opciones. El suelo común es la reivindicación, con mayor o menor entusiasmo, del legado de la Revolución de 1979. Lo que deja fuera expresiones históricas como la del comunismo iraní (Tudeh), reprimido en el período postrevolucionario, o adscripciones identitarias que coexisten, o sufren, en el interior de Irán, como las minorías kurda, baluche y, en mucha menor medida, las de las regiones azeríes del norte o del Juzistán árabe, que no persa.
A partir de este suelo común, las opciones se pueden subdividir en tres bloques, cada uno con sus tendencias internas.
Principalistas o conservadores: Agrupa a los que no ponen en duda la autoridad del guía supremo y toda la construcción teológico-político-jurídica de la República islámica. Su máximo exponente en las elecciones de hoy es Saeed Jalili, asesor de Jamenei y jefe del equipo negociador nuclear iraní. Las encuestas le auguran la segunda posición en la primera vuelta.
Pragmáticos y/o reformistas: Pese a la querencia occidental por los esquemas maniqueos, resulta excesivo aplicar ambos atributos al único candidato «opositor» en las elecciones de hoy, Hassan Rohani. Único porque el principal exponente del pragmatismo, el expresidente Rafsandjani, vio cerrado el camino a las elecciones por parte del Consejo de Guardianes.
Se da la paradoja de que, al igual que Rafsandjani, Rohani es el único clérigo de los seis aspirantes a la presidencia, lo que arroja luz sobre la realidad de una corriente que apuesta por mantener el sistema político-religioso pero a cambio de gestos de conciliación con las potencias occidentales y del establecimiento de una política más liberal, en lo económico y en cuestiones de «moral religiosa».
Este pragmatismo pero dentro del sistema explica el desencanto generado en su día por el expresidente Mohamed Jatami. Un desencanto que sigue vivo entre el voto reformista.
El voto reformista existe en una sociedad como mínimo dual como la iraní, con una historia «rica» en influencias occidentales, en la que las clases medias urbanas coexisten con un Irán rural y empobrecido que en los últimos decenios ha copado además los arrabales de las ciudades, incluida la capital, y que exige su parte tanto en la riqueza nacional como en la conformación política del país.
El alcalde de Teherán. Las encuestas auguran que el actual alcalde de la capital, Mohamad Baqer Qalibaf, podría ser el más votado. Es considerado un principalista o conservador pero matizado. Hay que recordar que Ahmedinejad, quien sustituyó en 2005 como presidente a Jatami tras vencer precisamente a Rafsandjani, fue también alcalde de Teherán.
La tercera corriente, la gran ausente: Con la prohibición de la candidatura de Mashaei, la actual corriente gubernamental de Ahmedinejad se ha quedado fuera de la liza. Considerado conservador por la prensa occidental, las dos legislaturas de Ahmedinejad se han caracterizado por una defensa, incluso agresiva, de la soberanía nacional en cuestiones como la energía nuclear y la injerencia de EEUU, y por una política de subsidios y ayudas públicas destinada a los sectores más desfavorecidos, su sostén electoral.
Esta corriente bebe de los planteamientos igualitaristas que han impregnado la historia de la minoritaria y perseguida religión chií, planteamientos que tuvieron su apogeo en el período pre y revolucionario y que fueron luego abandonados por los clérigos, tanto principalistas como pragmáticos.
Personificada en Ahmedinejad, que ha sido hasta ahora el primer y único presidente no clérigo de la historia de Irán desde 1979 (Jatami también lo es), esta corriente no tiene tan clara la preeminencia del guía supremo de la mano del Velayat i-Faquih. El propio Ahmedinejad tiene lazos familiares con el movimiento Hojjatiyeh, una corriente mesiánica que insiste en que la instauración de un régimen islámico verdadero solo será posible con el retorno del imam oculto (Mahdi), por lo que reclama que hasta entonces sea un liderazgo colectivo el que gobierne el país. Ello explica, junto con las desavenencias sobre la gestión económica y social del país, las desavenencias entre Ahmedinejad y Jamenei.
¿Hacia una rehabilitación del reformismo? Quizás eso explique también el hecho de que el núcleo duro del sistema haya dejado una espita al movimiento reformista, el mismo que fue duramente reprimido durante las protestas tras las presidenciales de 2009 en las que Ahmedinejad se impuso frente a los candidatos pragmáticos Mir-Hosein Musaví y Mehdi Karrubi, bajo arresto domiciliario. Así se entendería que el ayatollah Jamenei haya mantenido una exquisita neutralidad.