Elena Bartolomé, Idoia Muruaga | Egiari Zor Fundazioa
Hablemos claro
Solo en forma de guerra sucia, según nuestros datos, el Estado español -en connivencia con el francés en muchos casos- acabó con la vida de 81 personas. Habría que empezar a llamar a las cosas por su nombre
Hace apenas unos días asistimos con esperanza e ilusión a la presentación del tan esperado «Plan de paz y convivencia 2013-2016» del Gobierno Vasco. Desgraciadamente, para quienes hemos sufrido y sufrimos en propia piel las amargas consecuencias de la violencia de los estados, la ilusión duró lo que tardamos en leer unas pocas líneas.
Efectivamente, muchas personas hemos padecido mucho, seguimos haciéndolo... pero para llegar a esta conclusión basta con hacer un repaso histórico de los hechos objetivos que se han sucedido en nuestro pueblo. Por supuesto, la acción política puede contribuir a paliar parte del sufrimiento con el que vivimos, pero también a todo lo contrario.
Se presenta un Plan que quiere alejarse de las interpretaciones sobre el origen de lo ocurrido, por entender que son diversas, contrapuestas, subjetivas... sin embargo, ya desde su inicio se afirma con rotundidad y sin el más mínimo pudor que nos encontramos en un estadio de «post-violencia», y se utilizan términos como «contra-terrorismo»... ¿Es acaso esta lectura, objetiva? ¿No responde precisamente a la interpretación de los orígenes a la que no se quería entrar? Limitar o reducir la paz a la desaparición de una sola de las violencias es despojar de toda responsabilidad a otra parte implicada, precisamente a aquella cuya violencia se mantiene en vigor y es origen de nuestro sufrimiento. De no ser que la pretensión primera sea negar el carác- ter político del conflicto presentándolo como conflicto social.
La terminología utilizada parece querer aliviar la responsabilidad del Estado o no querer incomodarlo, da lo mismo lo que nos suponga a quienes estamos sufriendo las consecuencias de su violencia... pero valga como ejemplo la ausencia de términos como «Terrorismo de Estado», un fenómeno que desde el alzamiento militar franquista hasta nuestros días se ha ido adecuando, tomando diferentes formas, nombres, métodos o ámbitos de actuación. La guerra sucia llega hasta nuestros días, ¿a qué o quién atribuir el secuestro de ciudadanos y ciudadanas vascas trasladados a zonas alejadas de núcleos urbanos para someterlos de forma extraoficial a interrogatorios, torturas y amenazas? ¿A quién es atribuible la aparición de los cuerpos sin vida de dos jóvenes vascos en el monte? No, aquí nada terminó con los GAL, ha habido una readecuación.
Solo en forma de guerra sucia, según nuestros datos, el Estado español -en connivencia con el francés en muchos casos- acabó con la vida de 81 personas. Creemos que habría que empezar a llamar a las cosas por su nombre.
Esas personas, y todas las que han perdido la vida en el contexto del conflicto político por acción violenta de los estados, eran nuestros hijos, nuestras hermanas, nuestros padres y madres... nuestra familia. Y si como dice el Plan, lo que ha de imperar sobre cualquier otra consideración es el factor humano, empezad a aplicarlo exigiendo a quien a día de hoy ejerce la violencia y cede la garantía de los derechos humanos de algunos sectores de nuestra sociedad al azar, que deponga su actitud y deje de añadir más dolor, más heridas, más sufrimiento... ¡ya basta!
Será ese factor humano el que nos permite amar a un familiar, a un amigo, a un vecino... es ese factor humano el que por encima de la muerte o asesinato de un ser querido nos lleva a seguir amándolo, el mismo factor humano que mantiene su recuerdo fresco en nuestra memoria. El que nos hace estremecer al escuchar a Rafael Vera haciendo apología de los GAL en una entrevista, a pesar de haber sido conde- nado a 101 años de prisión y rápidamente indultado por el Gobierno de Aznar...; el que nos vuelve a golpear cada vez que un tribunal con poder supremo arranca de nuestro pueblo nuestros símbolos del recuerdo...
Será el factor humano inherente a nuestra condición de personas el que nos impide olvidar y nos empuja a colocar su foto en la mesita de noche. Será el que en cada aniversario nos hace revivir el infierno, esa dentellada feroz que después de habernos robado la vida de un hijo o una hermana, un padre o una compañera, vuelve año tras año a advertirnos, a amenazarnos con una legalidad carente de ese factor...
Recordar a quien ya no está, amar por encima de cualquier otra consideración y tener siempre presente su memoria solo puede responder a la cualidad humana. Recordar es mantener viva la memoria, la memoria es parte de la historia y la historia es también parte de la Verdad. Una vez más... sal en las heridas.
Dos días después, el grupo de expertos designados por el Ejecutivo para la elaboración del informe sobre vulneraciones de derechos humanos 1960-2013, hacen público su trabajo. En este caso nos alegra la inclusión de nuevos elementos hasta ahora ignorados, olvidados o negados que por su contundencia desmontan la tesis oficial sobre lo ocurrido en el último medio siglo; la muerte de nuestros familiares, el sufrimiento al que se ha sometido y somete a una parte importante de nuestra sociedad, empieza a resquebrajar la falsedad construida en torno a la historia reciente de nuestro pueblo. Esa falsedad defendida por muchos de los que se proclaman máximos exponentes éticos y democráticos. La versión única se desploma. Lo dicen los datos.
Sin embargo, a pesar de que se recomienda continuar con las investigaciones en un gran número de casos y por tanto el informe base queda abierto a nuevos datos, habrá que investigar también las versiones oficiales sobre hechos concretos. No compartimos algunas de las categorizaciones que se utilizan, entendiendo que estas alteran los datos referidos a la autoría o responsabilidad de aparatos del Estado.
En los próximos días realizaremos un estudio más detallado del plan de Paz y del Informe, en orden de emitir opiniones más profundas y realizar las aportaciones pertinentes.
Desde Egiari Zor esperamos que de la misma forma que empieza a desmoronarse la historia única de lo ocurrido, empiecen a detenerse también los ataques a la memoria y a la dignidad de aquellos que perdieron la vida en el contexto del conflicto político.