Iñaki LEKUONA | Periodista
Y ¿ahora qué?
Desde hace algun tiempo, observadores imparciales de la realidad han descubierto que el ser humano no siempre reacciona de igual manera ante el dinero. Cuando es propio, se le valora y respeta hasta tal punto que algunos llegan incluso a la veneración. Pero cuando es ajeno, cuando no es fruto del esfuerzo de uno mismo, se le trata con soberbia, con desprecio incluso.
Esos mismos observadores han apreciado asimismo que el fenómeno adquiere tintes de síndrome en ciertos espectros sociales, el de los representantes públicos. Los síntomas son fácilmente reconocibles en los pruritos de hormigón que colonizan la superficie del territorio en forma de grandes obras de infrastructura, en muchos casos de probada nula necesidad.
Hay quien asegura que este fenómeno es una característica de la marca España, pero no es exclusiva de este territorio. Aquí mismo, en casa, hay quien, afectado por ese síndrome que algunos llaman del faraón, ha ido echando mano del dinero público para levantar obras extremadamente priopritarias y de dudosa necesidad, por no hablar de su inquietante rentabilidad.
Verbigracia, ahora que París empieza a construir a base de informes técnicos su renuncia oficial a tejer la red de alta velocidad hasta el Bidasoa, ¿en qué lugar queda la Y? Desde luego no en ese punto central hacia donde señalaban aquellos que gestionaban el dinero público como si no fuese suyo, esos que profetizaban que la modernidad pasaba por llegar diez minutos antes a la cita con el futuro y que, o se cogía ese tren, o se perdía el billete al primer mundo.
Estancados como estamos en esta estación de poca esperanza, la pregunta es obvia. Y ¿ahora qué?