La imagen de la ikurriña en la Plaza del Ayuntamiento de Iruñea ha dado la vuelta al mundo, ayudada por una gestión del chupinazo de Enrique Maya que ha dejado en evidencia su profundo odio antivasco.

Entre las críticas a la acción de reivindicación de la enseña vasca, el españolismo ha usado el tópico de que Navarra estaba siendo invadida por el símbolo de una comunidad vecina, la CAV. Muchos comparaban esta «agresión» con los peajes que se quieren poner en marcha en Gipuzkoa.

Yerran desde la base. Y lo saben. El españolismo navarro no odia la ikurriña porque sea la bandera una agresiva comunidad autónoma vecina. No pueden ver esa bandera porque es un símbolo de resistencia, especialmente en Nafarroa. La tricolor refleja una tradición de lucha contra el franquismo y sus actuales herederos, empecinados en eliminar de raíz la tradición cultural vasca. Y de paso, aplicar recortes antisociales a troche y moche.

La ikurriña no es solo la bandera oficial de la CAV, donde por cierto tiene que ondear acompañada del piperpoto por imperativo ilegal. Que la ikurriña sea oficial en tres de los siete herrialdes de Euskal Herria es un reflejo de la división del país. Ver una ikurriña en un edificio en Bizkaia no tiene el mismo significado que verla en Nafarroa, o en Lapurdi.

Del mismo modo que la bandera palestina no es (solo) la bandera de la corrupta Autoridad Palestina de Mahmud Abbas, la ikurriña no es (solo) la bandera de la Ertzaintza, aunque aparezca en su uniforme. Como tampoco es lo mismo la bandera de la República española que la de la República francesa. Una refleja una tradición de lucha antifascista, la otra es reflejo de un rancio jacobinismo. Las dos son banderas republicanas, pero una puede verse en las manifestaciones contra los recortes del PP en Madrid. La otra aparece en las marchas contra el matrimonio para todos.

La bandera bicrucífera diseñada por Sabino Arana basándose en una ideología ultracatólica se ha transformado en una enseña de lucha. Y eso es lo que UPN no puede soportar.