Gernika es un símbolo para los vascos. Y un símbolo que molesta, y mucho, a los neofranquistas españoles. Para los vascos es un símbolo de libertad y de su ancestral democracia que fue bombardeado por los aviones de la Legión Cóndor alemana como fuerza auxiliar de los franquistas. Fue completamente destruida y cientos de personas murieron en una lluvia de bombas, metralla y fósforo rojo. Como plasmó Pablo Picasso en su cuadro universal, Gernika es un símbolo de los horrores de la guerra, y fue un preludio de futuras tragedias que arrasaron Hiroshima, Dresden o Pforzheim.

El neofranquismo sabe bien lo que significa Gernika para las aspiraciones de Euskal Herria. Sabe que la libertad, una paz justa y duradera y una sociedad vasca reconciliada tienen en Gernika un referente de primer orden. Y precisamente por ello se obstina en atacar a sus representantes. El alcalde de Gernika ha sido imputado -y ya van dos las veces que lo hacen- por entregar el premio «Gernika por la paz y la reconciliación» a Arnaldo Otegi. Un despropósito ridículo solo posible desde la saña, desde un afán por imponer un relato del pasado y dictar una narración del futuro. Ya fracasaron, y volverán a fracasar.