Cuando el exmiembro de la CIA, Edward Snowden, reveló que la Agencia de Inteligencia de su país recogía de los gigantes tecnológicos los datos escritos, sonoros o de imágenes de millones de usuarios para facilitar un espionaje masivo de escala global sabía lo que le venía encima. Era consciente de que sería nombrado enemigo público número uno y se organizaría la caza de su cabeza. Pero quizá no esperaba que sus revelaciones pondrían bajo intensa presión política a mandatarios que no contaban con esta hipótesis entre sus preocupaciones. La canciller alemana Merkel se las daba felices en su carrera electoral, con encuestas y niveles de aprobación muy favorables. Pero cuando se supo que la NSA espiaba a millones de alemanes a través del programa Prism y contaba para ello con la cooperación de sus homólogos alemanes las tornas cambiaron por completo. Todo lo tecnológicamente posible se usaba, inspirado por la máxima de que el fin justifica los medios. Y ahora Merkel echa balones fuera para ganar tiempo y esperar que Obama dé explicaciones con las que calmar a sus críticos.

Sin embargo, su actitud acrítica ante EEUU no calmará los ánimos. Sino todo lo contrario.