«Zarafa» trae a los cines los colores del anticolonialismo
Superproducción francesa de animación sobre la primera jirafa que llegó a Europa, «Zarafa» aterriza en las salas tras el éxito cosechado entre la audiencia gala y su paso por diversos festivales. Una fábula donde resuenan los ecos del legado humanista del cine de Miyazaki y del sentido de la epopeya de «Lawrence de Arabia».
Jaime IGLESIAS
En 1826 la ménagerie (primitivo parque zoológico) del Jardin des Plantes parisino recibía a uno de sus más ilustres huéspedes: Zarafa, la primera jirafa de la que se tuvo noticia en Europa. El animal fue un regalo de Mehmet Alí, pachá de Egipto, al rey francés Carlos X con quien mantuvo una tirante pero fructífera colaboración diplomática en aras de consolidar la expansión territorial egipcia en la zona de Oriente Próximo (y con ello, de manera indirecta, los intereses galos).
Esta anécdota histórica (la del viaje a París de Zarafa y la sensación que provocó en una sociedad ávida de novedades exóticas) inspiró una de las películas de animación más aclamadas del pasado año, titulada precisamente «Zarafa». Dirigida al alimón por Jean-Christophe Lie y Remi Bezançon (el realizador de la premiadísima «El primer día del resto de mi vida»), el film llega ahora a nuestras pantallas tras su gran acogida el año pasado en el Estado francés, donde recaudó once millones de euros. Su estreno no estuvo exento de polémica, ya que hubo quien acusó a los responsables de la película de poco rigor histórico e incluso el Museo de Historia Natural elaboró su propio documental, «La verdadera historia de Zarafa», como respuesta al estreno del film.
Sin embargo, es de justicia alabar los méritos de una propuesta que -no hay que olvidarlo- está dirigida de manera preferente al público infantil y donde, como tal, los acontecimientos que la inspiran no han sino de asumirse como simple telón de fondo a la narración.
Una narración, por lo demás, que sí tiene en cuenta los rigores del relato histórico en lo referente al espíritu que la sostiene, donde cabe hallar unas ambiciones impropias del típico film infantil. Porque «Zarafa» resulta una fábula anticolonial maravillosamente pergeñada en sus resortes pedagógicos y cinematográficos.
Contraste de escenarios
La empatía de Maki, un niño subsahariano que escapa a su destino de esclavo, con la pequeña jirafa Zarafa, y su viaje con ésta hasta París, acompañando en misión diplomática al enigmático Hassan (un tuareg al servicio del pachá de Egipto con trazas de héroe romántico a lo Lawrence de Arabia) dan para una fascinante aventura que basa buena parte de su efectividad en el contraste de escenarios (Sudán, el Sahara, Alejandría, Marsella, los Alpes) y de los caracteres que los pueblan.
La narración se fundamenta también en los rigores del relato oral (de tanto predicamento en la cultura tradicional africana), pues la película está concebida como la puesta en imágenes del cuento que, en una vieja aldea sudanesa, un anciano relata a los más pequeños a fin de que asuman la aventura de sus ancestros y el origen del lugar en el que habitan.
Este alcance cosmogónico emparenta «Zarafa» con la filmografía de Hayao Miyazaki, el gran humanista de la animación contemporánea, todo un referente para quienes han trabajado en la elaboración de este largometraje, según la propia confesión de sus responsables, como si confrontándose con sus imágenes el espectador avezado no percibiese esas referencias como algo nítido y perfectamente asumible. Y no sólo en lo referente al humanismo que subyace en el relato y en la lectura en clave política y emancipadora que cabe hacerse del mismo se percibe la influencia del cine de Miyazaki, sino que también está presente en la factura técnica del film: en la viveza de los colores, en el tratamiento del paisaje y de los elementos naturales que lo pueblan, etc.
El resultado es una superproducción europea que, con un presupuesto de ocho millones de euros y más de doscientas cincuenta personas trabajando en ella, se ideó como alternativa a los fastos tridimensionales de la animación made in Hollywood, buscando un espacio de representación apegado a las raíces culturales del viejo mundo. En los orígenes de nuestra propia esencia, en la relación que desde Europa hemos mantenido con otros pueblos, se hallan las señas de identidad de un relato histórico que, convenientemente adaptado en clave de epopeya a las expectativas de una audiencia generalista, puede atraer y formar a nuevos espectadores a la par que entretenerlos y despertar su curiosidad. Cine para todos.