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análisis | tirantes relaciones entre pnv y ciU

Duran i Lleida busca aliados en Sabin Etxea

Las relaciones entre CiU y PNV no pasan por su mejor momento. Tampoco las de los dos socios de la federación catalana, ya que Unió no ve con buenos ojos el giro independentista de Convergència; en cambio, pone a Iñigo Urkullu como ejemplo del nacionalismo moderado. El líder de Unió se ha lamentado de que, tal como reflejan las últimas encuestas, ERC esté «ganando la batalla de las ideas»

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Beñat ZALDUA

Más de treinta años de política activa contemplan a Josep Antoni Duran i Lleida. Simboliza como pocos la que algunos llaman «cultura de la transición», aquella basada más en conveniencias y pactos de palacio que en la confrontación libre de las ideas. Una cultura política cuya traslación a la vida catalana han sido «la puta i la Ramoneta», grandes compañeras de este político de la Franja, capaz de declarar un día «Amunt! Avant! Visca Catalunya lliure!» y al siguiente señalar que Catalunya debería ser independiente solo un «instante» antes de confederarse con el Estado español.

La última visita del líder de Unió a Euskal Herria -el miércoles se reunió con Iñigo Urkullu en Ajuria Enea y al día siguiente lo hizo con Andoni Ortuzar en Sabin Etxea- se ha llevado a cabo cuando las relaciones entre PNV y CiU atraviesan uno de sus peores momentos. La supuesta oposición de Urkullu a un objetivo de déficit asimétrico para cada autonomía -entendido como el rechazo a que Catalunya alcance una especia de Concierto Económico- fue un golpe bajo que muchos en CiU no perdonan a los jeltzales. Pero eso no es algo que preocupe demasiado a Duran i Lleida. Tiene la piel muy gruesa y se las sabe todas.

Sabe, por ejemplo, que el PNV no quiere saber nada del proceso soberanista catalán, que, de seguir adelante, pondría en evidencia -si no lo ha hecho ya- la inacción y la pasividad del Gobierno de Lakua a la hora de encaminar sus pasos hacia mayores cotas de soberanía y libertad para el pueblo vasco. Un proceso soberanista que también despierta reticencias de sobra conocidas en Duran i Lleida.

De ahí el diagnóstico que compartieron Duran i Lleida y Ortuzar sobre agotamiento del actual modelo de Estado, que debería encaminarse, según el líder democristiano catalán, hacia una configuración confederal que, al mismo tiempo, cierre las puertas a la vía de la independencia. No es de extrañar que Duran i Lleida busque en el PNV -al que hasta ahora no han interesado demasiado las iniciativas independentistas- un aliado, dado que en Catalunya ni sus socios de Convergència están por la labor de intentar reformar el Estado, aguantando como tienen que aguantar la presión de una mayoría social que ha expresado sus deseos soberanistas tanto en las urnas como en las calles.

Esas discrepancias entre los dos socios de CiU no se limitan a la visión que tiene cada uno de ellos sobre el futuro del Estado español y las naciones sin Estado. La oposición de Duran i Lleida a la independencia parece tener también un componente emocional, que se deriva del cálculo de que con la independencia tiene más que perder que ganar. En Catalunya, las dudas de CiU están sugiriendo un cambio de paradigma en el mapa político que podría desembocar, acabe como acabe el proceso soberanista actual, en la pérdida de la hegemonía política e ideológica que CiU ha mantenido desde la transición. Un fenómeno que también se vislumbró en las últimas elecciones en la CAV.

Eso es lo que pone tremendamente nervioso a Duran i Lleida, y de ahí que recientemente, al valorar las últimas encuestas sobre intención de voto, se lamentara de que ERC esté «ganando la batalla de las ideas». No es tanto el futuro de su pueblo lo que preocupa al líder de Unió, sino el mantenimiento de la hegemonía política por parte de CiU. ¿Compartirá el PNV esa preocupación?

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