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Colapso del modelo de España: viejos debates, nuevos retos

La célebre frase del escritor norteamericano Mark Twain «la historia no se repite, pero rima» cobra su sentido en el vodevil español, donde a un escándalo le sucede otro mayor en medio de una desparramada corrupción que implica descomposición. La incesante oleada de escándalos, combinada con los devastadores efectos de la crisis económica, además de socavar la credibilidad y legitimidad de su clase política y los cimientos mismos del modelo de Estado, presenta un dilema que rima con aquel que se presentó tras la muerte natural de Franco. Ante una segunda Transición que cada día más sectores dan como inevitable, ¿reforma o ruptura? ¿Derrumbar la arquitectura del modelo actual para fundar una de nuevo cuño o tomar el modelo como punto de partida, mutándolo para que sobreviva?

Vista la corrosión del engranaje que hasta ahora ha asegurado el funcionamiento de la maquinaria política española, algunos quizá piensen que el cambio de régimen no es necesario, que mientras las grandes fortunas, el poder económico de los grandes accionistas y la economía especulativa sostengan al Gobierno, este no va a caer. Que si estos quieren, Rajoy aguantará. Pero la disyuntiva que afrontan no es de menor trascendencia. O abordan una puesta a punto de raíz o el colapso será cuestión de tiempo. Máxime cuando los punto de soldadura han saltado y la máquina trituradora de estabilidad y de legitimidad se acelera.

No parece probable que el duopolio PP-PSOE, uno de los pilares de la Transición que ha dominado la política española con espacio y poderes magnificados por un sistema electoral escasamente proporcional, estén dispuestos a hacerse el harakiri y acometer una segunda Transición. Cuando la política pierde credibilidad ya no es política, es teatro. Y poco o nada se puede esperar de quienes no asumen la realidad y se niegan a hacerle frente. A lo máximo apelarán a la transparencia como lugar común para aparentar decencia, judicializarán al máximo los escándalos y representarán ridículos concursos de fariseismo con el «¡y tú más!» como latiguillo.

Hundimiento de la credibilidad

Poca broma. El panorama que presenta el Estado español, el de sus poderes constituidos, además de oportunidades para quienes siempre se han opuesto vivir como país en una cárcel de pueblos con guardianes corruptos y arrogantes, acerca amenazas y motivos para la preocupación. En esos claroscuros es donde los neofranquistas y su agenda involucionista, en definitiva, los monstruos, adquieren todo su relieve. Ahora mismo, el Estado cuenta con un Ejecutivo sin credibilidad y, en medio de acusaciones de corrupción generalizada de sus miembros, es percibido por la ciudadanía como una mafia. Un Legislativo inoperante, pues la mayoría absoluta del PP sencillamente impide que sirva de nada. Y un poder judicial desprestigiado en general, manchado ahora por la mentira del presidente del Tribunal Constitucional -militante del PP que pagaba cuota- descalificado como órgano creíble en cuanto a la separación de poderes que debería regir una democracia formal.

Ante el hundimiento de la credibilidad del modelo de España -y una vez perdida es prácticamente imposible recuperarla-, no faltan quienes quieren equiparar la corrupción en Catalunya o en Euskal Herria -que la hay- con las cloacas del Estado en manos de políticos y funcionarios ineficaces. Uno de esos funcionarios, el fiscal jefe del TSJPV, Juán Calparsoro, en una pirueta insólita coordinada y filtrada a medios del grupo Vocento, no ha tenido mejor ocurrencia que investigar de oficio la paralización de la incineradora de Zubieta. Enchufar el ventilador y apuntar a la gestión de Bildu cuando ha tenido y tiene infinidad de temas que investigar y no ha hecho nada que no sea ponerse de perfil, le retrata. En las formas ha hecho el más estrepitoso de los ridículos, solo cabe esperar que sea valiente y llegue hasta el fondo de un despropósito como el de esa infraestructura inútil.

Y puestos a actuar en serio, que actúe de oficio ante escándalos mayúsculos como las irregularidades en las obras del TAV avaladas por el Tribunal Vasco de Cuentas Públicas, la organización del sistema de licitaciones y pagos en obras públicas o la sede del PP de la CAV que pagó Bárcenas. Y de paso, que mire a Nafarroa, observe la inación de su colega en el caso del saqueo y pillaje de la CAN y saque sus propias conclusiones.

Acertar con otra política en mayúscula

Sea como fuere, el hecho que una Segunda Transición y el viejo debate ahora más actual que nunca de reforma o ruptura sean ya parte del paisaje político, obliga a pensar como país y prepararse para lo que está por venir. Cada día son más quienes ven mejor andar en esa dirección que gestionar la descomposición del modelo emanado de la Transición y el de su élite político-económica. Ciertamente, la idea de romper amarras o de levar anclas está cobrando fuerza y sumando nuevas voluntades en este país. La clave estará en tener la habilidad para hacer frente a un ejercicio difícil, a saber, combinar la capacidad para gobernar un día a día tan cambiante y angustioso y dar forma definitiva a un nuevo punto de partida, un nuevo acuerdo que, si así lo quieren los vascos, abra la puerta a la soberanía nacional.

Ello requiere acertar para hacer una política con mayúsculas. Ya lo dijo también Mark Twain, un país que acierta en eso tranquiliza a su gente y asombra al resto.

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