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El espejo búlgaro

Durante todo este año Bulgaria ha vivido protestas que comenzaron criticando el precio de la electricidad y el proceso privatizador y se han convertido en la denuncia de un sistema corrupto de alianzas entre las élites económicas y políticas. La gente ha protestado contra la corrupción profunda y sistemática y contra el «secuestro» del Estado por parte de redes oligárquicas que son ampliamente percibidas como las que controlan a los principales partidos políticos

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Txente REKONDO Analista internacional

Desde el pasado mes de febrero buena parte de la población búlgara ha salido a la calles para defender sus demandas. Si al principio el detonante fue el precio de la electricidad y el proceso privatizador que ha permitido la actual situación, pronto fue más allá y se convirtió en un movimiento popular contra la «vieja élite política» y el sistema que la ha sustentado durante los últimos veintitrés años. Esas primeras manifestaciones acabaron con el primer ministro búlgaro, Boyko Borisov, y ante el rechazo de los cuatro partidos parlamentarios a formar un gobierno, el presidente convocó elecciones para el pasado mes de mayo.

La fotografía que surge en Bulgaria tras la cita electoral del pasado 12 de mayo. Por un lado la participación apenas superó el 50%. Además los «fallos» ligados a la corrupción, es decir, «votos que finalmente no se cuentan», son elevados y una cuarta parte de los votantes elige a partidos que, al no superar el 5 %, no logran entrar al parlamento, con lo que nos volvemos a encontrar con dos «triunfadores» (a pesar de ser duramente castigados en las urnas): el partido Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB) y el Partido Socialista de Bulgaria (BSP). A ellos les acompañan el Movimiento por los Derechos y Libertades (DPS), representante de la minoría turca; y el ultraderechista y xenófobo Ataka.

Tras varios intentos, el primer partido, GERB, no pudo lograr los apoyos necesarios, por lo que el BSP constituyó el gobierno con el apoyo del DPS y con el nombramiento de varios independientes en el nuevo ejecutivo.

La última crisis ha sido fruto del nombramiento de Delyan Peeuski al frente de la Agencia Estatal de Seguridad Nacional (SANS), responsable de la seguridad externa e interna del país.

Este personaje, político imputado en el pasado por corrupción, conocido oligarca y magnate de prensa (su familia posee cerca del 80 % de la prensa escrita), y sobre todo sin ninguna experiencia en le citado sector, representa la simbiosis de la actual élite política búlgara, rechazada por la población en las protestas.

Aunque finalmente el gobierno dio marcha atrás, la mayoría de la población ha dejado claro su rechazo a esa alianza de intereses criminales, económicos y políticos. Es decir contra la corrupción, donde intereses políticos y criminales van de la mano. Como señala un analista local, «se han vuelto tan intocables y es tan evidente esa relación que han comenzado a ser descuidados, no guardan ni las formas».

Frente a todo ello la gente ha protestado contra la corrupción profunda y sistemática y contra el «secuestro» del Estado por parte de redes oligárquicas que son ampliamente percibidas como las que controlan en definitiva a los principales partidos políticos y por ende las riendas del gobierno.

Desde 1989, el reparto de la representación política está sobre todo en manos de dos partidos, el GERB y el BSP. Y después de tanto tiempo ya no se puede ocultar que lo que a día de hoy acontece en este país guarda una relación directa con una profunda crisis de representación. Estos 23 años representan para Bulgaria un camino de una supuesta «democracia de corte liberal y occidental», el libre mercado, las privatizaciones salvajes, la austeridad económica y los deseos de la élite por pertenecer al club de la Unión Europea.

Y junto a ello, es uno de los países más empobrecidos del continente, con unos elevados costes de la energía, con una condiciones de vida muy mediocres y con una corrupción estructural.

A través de las privatizaciones se liquidó las empresas estatales. La sustitución del monopolio estatal en el sector energético por el de las compañías privadas que operan sin ninguna regulación estatal y que disponen de los precios a su antojo, lo que encarece el producto y produjo las primeras protestas de febrero.

La liberalización de la agricultura y el desmantelamiento de los programas de asistencia social han contribuido también al empeoramiento de la situación de amplios sectores de la sociedad.

Durante ese tiempo en Bulgaria también se ha indicado la posibilidad de echar mano a esa nueva figura tan de moda en Occidente, los «gobiernos tecnócratas», representación del desprecio a la base misma de lo que esos mismos actores definen como democracia.

Bulgaria está despertando de esa amnesia de 23 años, de una transición y formalización de una economía de mercado. Los manifestantes han salido a la calle para mostrar que están contra esa fusión de las instituciones públicas con grupos «grises» de la economía («No a la oligarquía»); contra esa forma de hacer política que se sustenta en acuerdos políticos secretos y a espaldas de la ciudadanía («Transparencia»); contra la defensa a ultranza de intereses empresariales, que a pesar de vestirse con un traje democrático se encuentran en las antípodas de dicho sistema («No a la democracia fachada»); y contra las políticas xenófobas y aislacionistas de algunos, pero también contra los intereses de reducir la realidad europea a la Unión Europea («Bulgaria es Europa»).

El complejo cóctel búlgaro de clientelismo, oligarcas, corrupción, tecnócratas y populismo tiene en frente cada vez a más sectores que demandan «justicia e igualdad».

Tal vez por eso no sea «políticamente correcto» recoger en Europa las demandas de la población, tal vez porque más de uno se puede ver reflejado, junto a sus intereses, en el espejo búlgaro.

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