CRíTICA: «Expediente Warren»
El terror sí tiene forma y además está muy bien diseñada
Mikel INSAUSTI
Hay que rendirse ante el talento de James Wan, uno de esos cineastas que redimen a la generación a la que pertenecen, y que de paso son capaces de resucitar un género. No sé si el cine de terror estaba moribundo, pero antes de «Expediente Warren» se encontraba confinado en una especie de gueto, lo que nunca es bueno. Se echaban en falta películas terroríficas más abiertas al gran público, o a cualquier tipo de espectador medio, libre de fanatismos y manías. «Expediente Warren», por citar títulos de su misma temática, viene a ser el equivalente a lo que en los 70 fue «Terror en Amityville» de Stuart Rosenberg o en los 80 «Poltergeist» de Tobe Hooper.
El cineasta de origen malayo ha evolucionado de la mejor manera posible, dejando en evidencia a los críticos que nos apresuramos a encasillarle dentro del terror sádico más efectista, en cuanto creador de la saga «Saw», de la que se alejó ya definitivamente con «Insidious», obra que ya tiene lista su secuela. No es que ahora vayamos a cometer el mismo error en sentido contrario, tildándole de un nuevo clásico, sino que es de justicia reconocerle como el actual rey del susto.
Nadie le ha regalado el reinado y se sustenta sólidamente en un absoluto dominio de la tensión narrativa, compaginado con una gran inventiva a la hora de generar imágenes inquietantes, así como con un sentido intuitivo, muy icónico también, de la dirección interpretativa.
Sus actrices y actores saben integrarse en las situaciones impactantes a las que son sometidos, y a modo de ejemplo no puedo dejar de pensar en el descompuesto gesto de Lili Taylor en el momento preciso en que surgen de la nada unas manos para dar la fatídica palmada en medio de la oscuridad. Otro tanto cabe señalar con respecto a Vera Farmiga y la escena en que mira en el hipnótico espejo de la caja de música para descubrir alguna posible presencia espectral.
Me maravilla que con apenas 13 millones de presupuesto hayan conseguido una ambientación de los años 70 tan de manual de parapsicología, porque hay que ver la pinta de convencido exorcista laico que luce Patrick Wilson.