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Argentina pierde a León Ferrari, artista de obra irreverente y militante del compromiso ético
La Jornada | MEXICO D.F.
A León Ferrari su vida y su obra le valieron tantos elogios como críticas. Expuso en algunos de los sitios más destacados del mundo, como el MOMA de Nueva York, o la Pinacoteca do Estado de São Paulo, y obtuvo en su larga carrera un reconocimiento internacional que tuvo como punto máximo en 2007, cuando fue elegido mejor artista en la Bienal de Arte de Venecia, donde se le otorgó el León de Oro, el mayor galardón de una de las bienales más prestigiosas del mundo.
Ferrari nació el 3 de setiembre de 1920 y era hijo de Susana y Augusto, un artista italiano que había realizado unos frescos en un templo de Turín y una vez radicado en Argentina, reformó la iglesia de San Miguel donde pintó 120 cuadros y también construyó iglesias en la provincia de Córdoba. «Yo no sé si lo que hago tiene que ver con que mi padre haya construido iglesias», dijo alguna vez el reconocido artista sobre su progenitor. En la década de los 50 se dividió entre Italia y Argentina. 1962 fue un año clave, porque, durante su segundo viaje a Italia, realizó la primera escritura abstracta, ininteligible, serie que continuó hasta su muerte y que elaboró en distintas variaciones. Una de sus obras más impactantes la realizó en 1965, para el premio Di Tella: «La Civilización Occidental y Cristiana», una escultura que muestra a Cristo Crucificado sobre un avión bombardero estadounidense, que en su momento aludía a la guerra de Vietnam pero que recobra significado a lo largo del tiempo.
En 1976 recopiló un grupo de noticias sobre la represión de la dictadura militar que publicó con el título de «Nosotros no sabíamos», frase que una parte de la ciudadanía argentina utilizó frente a las pruebas de la tortura y de los centros de detención. Ese año, con la instauración del régimen militar de facto, se radicó en San Pablo, y durante su estancia allí se enteró de la desaparición de su hijo Ariel, quien había decidido quedarse en Argentina en vez de abandonar el país con el resto del clan.
A partir de 1985 inició una serie de obras con excrementos de aves y expuso en el MAM de San Pablo una jaula con dos palomas que defecaban sobre una reproducción del «Juicio final» de Miguel Ángel. Ferrari volvió a vivir en Buenos Aires en 1991, donde continuó con sus críticas al poder de la Iglesia Católica a través de su arte. En la memoria de los argentinos queda la sonada polémica que protagonizó en 2004 con el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Begoglio, hoy papa Francisco, por una exposición retrospectiva que la iglesia católica atacó con dureza y consideró «blasfema». Provocó la ira de grupos ultrareligiosos, protestas en las puertas del centro, la rotura de obras, la clausura y reapertura de la muestra por decisión de la justicia y uno de los más intensos debates en la historia del arte argentino. Ferrari no se calló y recordó a la Iglesia los «delitos que cometió en Argentina y en otras partes».