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iker casanova alonso | idazlea

Preparar la independencia

Los procesos independentistas suelen darse como conjunción de dos factores. Por un lado es necesaria la existencia de una comunidad con los rasgos objetivos y sujetivos correspondientes a una nación, sumida en una estructura estatal ajena. Por otro lado suele concurrir un fenómeno que activa el proceso, llamado catalizador. Generalmente estos elementos catalizadores son de carácter exógeno, repentino y a veces traumático: la Segunda Guerra Mundial, el final de la URSS, la guerra de Yugoslavia, las crisis españolas de comienzos y finales del XIX... La ausencia de estos catalizadores complica enormemente la puesta en marcha del proceso independentista, como demuestran las dificultades para lograr la estatalidad de las naciones sin estado del bloque occidental, más estable y vencedor en los conflictos del siglo XX. Son los casos de Catalunya, Euskal Herria, Flandes, Escocia o Québec. Un proceso independentista «en frío», sin la ayuda de un catalizador que multiplique el apoyo al independentismo y lo extienda a sectores hasta entonces neutros o contrarios, es realmente complicado. A pesar de que pueda existir una fuerte autoconciencia, la inercia fáctica, las dificultades inherentes al proceso y el miedo a lo nuevo actúan como frenos del proceso independentista.

Dado que casi nunca se puede controlar la aparición de un acontecimiento catalizador podría pensarse que lo único que cabe a los independentistas de estas naciones es sentarse a esperar la llegada de tal fenómeno. Pero eso no es así. Hay que estar preparados cuando salte la chispa. El movimiento independentista ha de trabajar para reforzar la identidad nacional propia y debilitar la vinculación objetiva (material y económica) y subjetiva (crear desafección) con el Estado. Cuanto más hierba y más seca haya acumulada más fácil es que prenda, incluso con una chispa pequeña. Afortunadamente, no es necesaria una guerra mundial. Los EEUU activaron su proceso por una subida de impuestos. Y en caso de que el trabajo previo haya sido muy exitoso puede buscarse incluso la generación de un proceso de confrontación con el Estado que juegue el papel de catalizador.

La actual crisis política, económica y moral del Estado español puede jugar el papel de catalizador de un proceso independentista, como lo está haciendo en Catalunya. En ese país, el estallido de la multicrisis pone a la sociedad ante la cruda evidencia de que dentro del Estado español no está garantizado contar con unos servicios públicos y un nivel de vida acordes con su realidad socioeconómica. La crisis es la chispa. La hierba seca llevaba siglos acumulándose pero ha sido especialmente intenso el proceso de desafección generado en los últimos tres lustros. El proceso hacia la independencia ya está activado y aunque su éxito no está garantizado, se está realizando un trabajo intenso y riguroso.

En Euskal Herria hay tres grandes diferencias con Catalunya que dificultan la posibilidad de activar de inmediato un proceso similar: la necesidad de resolver las consecuencias del conflicto armado, el papel otorgado a la cuestión de la territorialidad y la mejor situación económica. Los dos primeros factores obligan a medir los tiempos, acomodar ritmos y buscar acuerdos amplios para articular una nueva convivencia. El tercer factor priva, de momento, a Euskal Herria de un catalizador que lance el proceso. La existencia de mecanismos económicos como el Concierto, y la mejor posición relativa respecto al Estado actúan como elementos balsámicos. Eso no significa que el independentismo no esté creciendo. Lo hace, y de forma clara y sostenida.

Tradicionalmente las encuestas han señalado que el independentismo era respaldado en Euskal Herria por entre un cuarto y un tercio de la población. En octubre de 2012 el CIS hablaba ya de un empate virtual entre independentistas y no independentistas, con un 41,5 frente a un 42,6 respectivamente. Estos resultados eran corroborados por otro estudio publicado en las mismas fechas en GARA que deparaba un resultado contrario a la independencia por un 51% frente a un 49%. Los resultados del Euskobarómetro de mayo han supuesto un punto de inflexión y por primera vez una encuesta refleja una clara victoria independentista: en un hipotético referéndum el 39% de la ciudadanía de la CAV votaría por la independencia frente a un 34% que lo haría en contra. Esto es, del voto emitido un 53,5% votaría independencia y un 46,5% votaría en contra. Es sólo una encuesta y circunscrita a una parte del país, pero no hay precedentes de unos resultados tan favorables a la independencia.

Estos resultados, entre otros muchos, ratifican que a pesar del bloqueo impuesto por el Estado en la resolución del conflicto, la situación global es dinámica y se mueve a favor del independentismo. Mientras el Estado se hunde en términos electorales y sociológicos, el independentismo de izquierda avanza. Pero probablemente no ha llegado aún el momento de activar un proceso al estilo catalán. Nadie sería tan necio como para no aprovechar las circunstancias en caso de que algún fenómeno repentino diera un súbito impulso al soberanismo. Pero en ausencia de ese fenómeno todavía hay trabajo previo que hacer antes de emprender formalmente un proceso de secesión.

Aunque hay otras cuestiones importantes, el elemento clave es la construcción de una mayoría favorable a la independencia. La experiencia de Québec y Escocia demuestra que esa mayoría tiende a reducirse durante el proceso soberanista por el desgaste y el miedo generado desde los estados. Ello obliga a activar la última fase del proceso desde una mayoría amplia si se quieren evitar experiencias frustrantes que a la larga determinen un retraso real en la consecución de la independencia. ¿Cómo lograr esa amplia mayoría? El independentismo identitario es más fuerte en Euskal Herria que en Catalunya. Pero hay una cuestión en la que podemos aprender de Catalunya, y es en la construcción de un independentismo cívico, integrador y con tintes utilitarios. Es decir, un independentismo que además de estar basado en la voluntad de proteger/promover una determinada identidad cultural ofrezca al conjunto de la ciudadanía, incluso a los que no se sienten parte de esa identidad, la posibilidad de vivir mejor.

Este enfoque se ha sumado al tradicional, permitiendo la configuración de una masa crítica que ha roto las fronteras históricas del independentismo catalán. Buena parte de las elites económicas y culturales, hasta ahora ajenas a estas cuestiones por ser refractarias a enfoques identitarios, se ha implicado también en el proceso desde una perspectiva utilitaria. Por eso debemos trabajar por convertir un independentismo vasco que hoy es esencialmente cultural y emocional en una opción también racional. Estamos obligados a elaborar una nueva pedagogía política. Hay que demostrar, con datos y números, que una Euskal Herria independiente sería un lugar mejor para vivir para todos y todas, un país abierto y plural, más próspero, progresista y justo. Y un escenario más favorable para cualquier proyecto de cambio social profundo. Es esta combinación de viejo/nuevo independentismo la que permitirá crear las mayorías necesarias.

El Gobierno vascongado ha recurrido la Ley de Costas ante el Tribunal Constitucional al considerar que invade sus competencias. Ahora toca esperar la imparcial decisión de este tribunal, presidido por el honorable militante del PP Francisco Pérez de los Cobos. Mientras tanto el Gobierno español ha aprobado la Ley Local, que el Gobierno vascongado, supongo, también recurrirá. Como lo hizo estérilmente ante la imposición del copago farmaceútico, que ya está en vigor en nuestro país. Como están en vigor la Ley de Estabilidad, la subida del IVA o la Reforma Laboral. La LOMCE y el recorte de las pensiones esperan a la vuelta del verano... Todas estas leyes y muchas otras son reflejo de la contrarreforma que está llevando a cabo el PP bajo tres principios: beneficiar a la patronal y la banca, centralizar la administración y apoyar a la Iglesia Católica.

El listado de agresiones es ya insoportable. El deterioro de la situación socioeconómica también. Es hora de dejarse de diplomacia discreta, de diálogos en la intimidad e intentos de convencer educadamente al Estado de que sea respetuoso con los derechos de Euskal Herria. Eso no va a pasar. Es la hora de realizar un trabajo de pedagogía independentista. Es la hora de empezar a construir progresivamente las bases materiales de un Estado vasco. El proceso hacia la independencia es difícil y requiere de mucho tacto y acierto, y más en un país con una realidad identitaria tan compleja como la nuestra. No se puede tener prisa, pero no se puede dejar de trabajar ni un segundo, con toda la inteligencia y energía posible.

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