Fede de los Ríos
¿Dónde estaba el apóstol?
¿Dónde está la seguridad de los trenes de alta velocidad? ¿En manos de un sólo hombre toda la responsabilidad? Demasiados cadáveres para poder soportarlos sólo dos hombros
Pasadas las ocho y treinta del pasado miércoles un tren descarrila a las afueras de Santiago de Compostela con un terrible resultado de muertos y heridos. Comienza el espectáculo. En la mañana del jueves, en esos programas matinales, da igual en qué cadena, donde anidan los llamados tertulianos capaces de opinar de todo en todo momento y situación: no tenemos ni puta idea de lo que ha pasado pero, no os preocupéis, os lo vamos a contar con pelos y señales. Sobre todo con pelos. De entre la masa de tertulianos destacan los dedicados a las crónicas de sucesos: periodistas, policías jubilados, algún que otro forense, psicólogos varios y un psiquiatra maniqueo con incontinencia oral y debilidad por lo psicópatas.
Allí nos enteramos de algo tan científico como que no se podía descartar ninguna hipótesis de las causas del accidente. Consiguieron un vídeo de una cámara de la vía siniestrada donde se contempla el descarrilamiento. Uno con barba, asiduo a la crónica negra amarillenta, veía claramente una explosión causante de la catástrofe, coincidiendo con el titular en «Abc»: «Tras la explosión los vagones quedaron unos encima de otros». Todo un catedrático de Derecho Constitucional como Carlos Ruiz Miguel, evidenciaba de manera sagaz, como solo puede hacerlo un señor catedrático integrante del Grupo de Estudios Estratégicos, «un conjunto de indicios, muy relevantes que, tomados en conjunto, otorgan cierta solidez a la hipótesis de que haya sido un atentado» como el que «los terroristas galleguistas tienen la `tradición' de provocar acciones violentas en Santiago de Compostela en la víspera de la fiesta del Apóstol Santiago, Patrono de España», después habla un poquito del BNG, de Beiras y, cómo no, de ETA.
El jueves, periodistas enviados al lugar del suceso preguntaban a familiares de los viajeros que desconocían si estaban graves o habían fallecido, cómo se encontraban. El dolor era tal que nadie respondió con violencia al despropósito. Las crónicas relatadas en los periódicos contando el drama de los familiares están trufadas de una insana literatura rosa que desvirtúa lo ocurrido. Ahora fabricarán héroes que entrevistar como forma de rentabilizar tanta sangre. Es el sistema. Aumentará la audiencia.
Como contrapunto, para una explicación sencilla del suceso complejo, es necesario un villano: ¡El conductor! «El maquinista alardeaba de su gusto por la velocidad» titular principal de «Abc», la puntilla correspondía, como no, a «La Razón»: «El sistema alertó del exceso de velocidad al conductor». ¿Qué sistema? ¿Nos encontramos, pues, ante un terrorista suicida?
¿Dónde está la seguridad de los trenes de alta velocidad? ¿En manos de un sólo hombre toda la responsabilidad? Demasiados cadáveres para poder soportarlos sólo dos hombros. ¿Quién mantuvo el trazado viejo con una curva semejante para trenes tan veloces? Los contratos para sumi- nistrar trenes a otros países impedirán saber lo que sucedió.
Mañana funeral por los muertos, pero Santiago estaba a por uvas. Como los responsables de la alta velocidad por ferrocarril.