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Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y Ramón Balenziaga | Etikarte

¿Queremos, de verdad, vivir en paz?

Se han presentado una pluralidad de documentos para el logro de la pacificación que son incompatibles entre sí, tanto en razón de los contenidos como de las motivaciones

El Plan de Paz y Convivencia presentado por el Ejecutivo Vasco en el mes de junio no mereció de parte del Pueblo Vasco la acogida deseada por todos. Este rechazo se mostró de manera contundente, hasta el punto de poner en duda su misma viabilidad. Se llegó incluso a dudar la voluntad de alcanzar el pretendido acuerdo. La Ponencia se vio en la necesidad de aplazar hasta septiembre la próxima reunión, lo que llevó al Lehendakari a afirmar que aun siendo «la gestión de la ponencia de paz difícil, no está en vía muerta». Esta ponencia debe estar íntimamente ligada al tema de la Memoria histórica y ha afectado al entendimiento de los gobiernos vasco y central.

Hay una pregunta a hacer: «¿por qué los políticos no se ponen de acuerdo en la tarea de hacer la paz?». Aceptar la pregunta quiere decir que, si efectivamente lo quisieran, podrían hacer la paz. Y si ello es así, seguimos preguntando: ¿Qué intereses o razones tienen los que disponen del «poder» político para darles preferencia por encima de la exigen- cia de hacer la paz? Y como todos decimos que somos «demócratas», lo que quiere decir que el poder de los políticos les viene de los ciudadanos, hemos de preguntar cuáles son los intereses y las razones reales. La paz no es un regalo que nos hacen quienes nos gobiernan. La paz es un derecho del Pueblo, de la Comunidad política. Un derecho del que no puede ser privado ese Pueblo, en función de los intereses de quienes lo gobiernan.

Esto que decimos está más allá de una mera consideración doctrinal. Viene a cuento a partir del análisis que uno mismo puede hacer, partiendo de las razones que dan quienes tienen la obligación de construir la paz, y no llegan al acuerdo deseado y que les pide el Pueblo. Son razones o intereses que, en sí mismos, no son parte fundamental de la paz. Por el contrario, son intereses o «bienes políticos» particulares sobre los que se discute o se pacta para alcanzarlos, mediante la promesa y la reserva de lograr una paz que, en sí misma, debería estar al margen y por encima de ese «comercio» de intereses particulares. Olvidando que la paz está muy por encima de cualquier «intercambio», pacto o «comercio» político.

La política es una realidad humana ligada a la dignidad de las personas y del Pueblo. Pero pierde esa dignidad cuando, para lograr esos objetivos legítimos, se pone en duda el valor fundamental de la convivencia pacífica de la colectividad. El Pueblo tiene derecho a ser políticamente libre con la libertad que entraña el reconocimiento de la paz.

Se han presentado una pluralidad de documentos para el logro de la pacificación que son incompatibles entre sí, tanto en razón de los contenidos como de las motivaciones. Ya que la paz, para que sea real y duradera, ha de apoyarse en «motivaciones» compartidas por todos. La paz y la convivencia pacífica ha de ser de todos y para todos, si es verdad que pretendemos que sea de la totalidad del Pueblo que entre todos configuramos. De no ser así, mejor sería que todos reconociéramos que no hemos sido capaces de alcanzar la paz y las bases de una convivencia pacífica. Reconocimiento que dignifica la misma tarea política de los representantes públicos.

Esta convicción de construir la Paz entre todos los que formamos este Pueblo nos debe obligar a buscar la «verdad» y la «justicia» de todos y para todos. Es insuficiente que cada grupo actúe solo con «su» verdad y «su» justicia, por mucho que se justifique la libertad de opinión de cada grupo. Cuanto más inmutables son esas convicciones particulares de grupo, tanto más difícil se hace compartir la verdad y la justicia para llegar a una paz para todos. Las personas nos realizamos en plenitud como tales viviendo en sociedad y reconociendo este mismo derecho a los demás y admitiendo la limitación que supone esto para la propia libertad de cada uno. Mi libertad empieza donde la termina la del otro.

Una convivencia pacífica, duradera y sincera, no es el resultado de la mera «yuxtaposición» de muchas verdades, sino el encuentro y el acuerdo de nuestra verdad con la de los demás porque, aunque seamos distintos, somos personas y vivimos y nos realizamos como tales en un mismo Pueblo.

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