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Euskal Herria es tan pequeña que no se ve en el mapa, pero...

Hace poco, en la columna que escribe en este periódico cada dos semanas, un bertsolari hacía una reflexión que a primera vista podía parecer trivial, pero que escondía un mensaje muy potente. Se trata de Fredi Paia y el tema que trataba en su artículo «Jaietan inbertitu» era el de las fiestas. El autor subrayaba el valor político, simbólico e incluso económico que contienen los cientos de fiestas que, especialmente durante estos meses de verano, paralizan en un sentido y movilizan en otro los pueblos y barrios de toda Euskal Herria. Paia sabe de lo que habla, porque durante este periodo se dedica intensamente a «servir al pueblo» («herria zerbitzera»), misión a la que se deben los bertsolaris, según el gran Uztapide.

Evidentemente, la fiesta es un fenómeno universal, pero no cabe ocultar que en nuestro país se viven con especial devoción, por así decirlo. Sin haber superado aun la resaca de sanfermines ya estaban aquí las fiestas de Baiona, dando paso a la bajada del Zeledon en Gasteiz, que apenas ha guardado su paraguas cuando, ayer mismo, un cañonazo anunciaba el comienzo de Aste Nagusia en Donostia, que tiene la misma denominación que las fiestas de Bilbo -que ya están calentando motores-, pero que tiene su propia personalidad, cada vez más fuerte y popular. Antes, entremedio y después, cientos de pueblos, barrios y hasta las más despobladas de las aldeas vascas tendrán sus fiestas patronales, locales o, simplemente, comunales. Y es que, para muchos, los sanfermines no dejan de ser un aperitivo de las fiestas de Lizarra o Tafalla; para otros las verdaderas fiestas de Gasteiz son las de Judimendi; bastantes creen que en Ipar Euskal Herria las mejores fiestas son las del interior; o que donde estén los sanjuanes de Hernani, Arrasate y Eibar que se quite el resto; como también los hay que se dosifican en los meses de agosto y setiembre para llegar en plena forma a los sanfaustos de Durango, una de las últimas fiestas de la temporada. Cabe mencionar que últimamente se han recuperado muchas fiestas que merece la pena apuntar en la agenda. Por no mencionar todos los festivales, eventos nuevos o rituales rescatados, que atraen a miles y miles de personas de todo el país y de gran parte del mundo.

«Kiliki-ki, con el palo no, con la verga sí»

Mientras tanto, a Caravinagre le ha salido competencia. Como marioneta que coge vida pero con un estilo más cercano a la famosa Kermit the Frog de los Muppets que al entrañable kiliki, Carlos Urquijo, el delegado del Gobierno central en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, ha irrumpido en plenas fiestas y se ha dedicado a hostigar a diestro y siniestro. Primero fue contra Pablo Gorostiaga, preso vasco que a sus 71 años está en la cárcel por ser miembro del Consejo de «Egin», impugnando su nombramiento como pregonero de las fiestas de Laudio. El caso, además de ridículo, tiene algo de obsceno, en tanto en cuanto ambos, Gorostiaga y Urquijo, son de ese pueblo y repetidas veces el exalcalde Gorostiaga vapuleó en las urnas al candidato del Partido Popular. En todo caso, lo realmente escandaloso es que Pablo Gorostiaga esté en la cárcel. El delegado del Gobierno español considerará este veto como una victoria y sus círculos cercanos lo jalearán, pero su mayor logro es haber llevado a primera página de los periódicos este hecho injusto. Así se lo ha recordado también a quienes prefieren obviar u olvidar que en su nombre mantienen a un venerable anciano encarcelado y dispersado por haber ayudado a sacar adelante un periódico que fue ilegalmente clausurado.

Visto el éxito de sus quijotescas hazañas por tierras alavesas, Urquijo ha perseverado y ahora ha logrado que, por el momento, un juzgado de lo Contencioso-Administrativo suspenda cautelarmente el nombramiento de Jone Artola como txupinera de las fiestas de Bilbo, bajo la acusación de haber sido candidata de diversas listas electorales ilegalizadas, ser miembro de Etxerat -su hermano es el preso Joseba Artola- y una de las fundadoras de la comparsa Txori Barrote.

La única estrategia de los poderes españoles para con Euskal Herria es inventar batallas para ganar en un juzgado lo que no pueden ganar en la calle. Parecen no darse cuenta de que a fuerza de ganar tanta batalla, de derrotar tanto molino, van camino de perder la guerra.

«Bat-bi-hiru-lau, euskaldunak irabazi, aurrera!»

A menudo las fiestas se entienden de manera instrumental, como un escenario perfecto para dar relevancia a todo tipo de reivindicaciones populares. Y lo son. Pero uno de los aspectos más interesantes del enfoque de Paia es resaltar el valor de las fiestas en sí mismo, su fuerza emancipadora. Destaca en este aspecto el trabajo de miles de voluntarios para hacer de ellas un espacio compartido, su esfuerzo por ofrecer lo mejor de cada pueblo y de las personas que allí viven. En definitiva, la implicación social al servicio de lo común. Las peñas, los arrantzales, las comparsas, los blusas y neskas, las txosnas, los programadores, los artistas... la gente, todos participan, a un lado y al otro de una simbólica barra, de ese fenómeno popular sin igual.

Decía Voltaire que los vascos somos «un pueblo que brinca y danza en lo alto del Pirineo». Sin sectarismos, sin evadirse de los problemas y sin ahogar las soluciones, las fiestas populares en Euskal Herria han sido y son uno de sus mayores activos. Por eso conviene cuidarlas, impulsarlas y, como rezaba Paia, invertir en ellas.

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