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horacio bernades

Un Robert Redford demasiado prolijito

De las películas que a lo largo y ancho del mundo vienen revisando la violencia política de los 70 y sus secuelas (desde «Los rubios» e «Infancia clandestina» hasta la japonesa «United Red Army», pasando por el notable film noir de los `70 «The Big Fix, Running on Empty», de Sydney Lumet, «Die innere Sicherheit», de Cristian Petzold, «Buongiorno notte», de Marco Bellocchio, y «Après mai», de Olivier Assayas), «Causas y consecuencias» es, sin duda, la menos política. Como varias de las mencionadas, la nueva película de Robert Redford, que se basa en una novela, construye su ficción a partir de la existencia de un grupo político real, The Weather Underground, que pasó del pacifismo a los atentados terroristas (sobre ese grupo se filmó un documental que lleva su nombre y vale la pena ver). Que los exmilitantes estén encarnados aquí por un seleccionado de prestigiosos circa-setentones (el propio Redford, Julie Christie, Susan Sarandon, Nick Nolte y siguen las firmas) llevó a un juguetón crítico estadounidense a calificar a «The Company you Keep» (título original) como «la versión seria de «Los indestructibles»». O de «Jinetes del espacio», si se prefiere.

El disparador de «Causas y consecuencias» es la decisión de dejarse atrapar que adopta el personaje de Sarandon. La mueve la intención de blanquear de una vez su pasado, tras haber vivido «tabicada», junto a su familia, más de cuarenta años. El típico periodista joven, ambicioso y meterete (el siempre hiperexcitado Shia LaBeouf) se pone a tirar del hilo que lleva desde Albany, al norte del estado de Nueva York, hasta Ohio, Michigan, donde en 1970 los Weathermen («Meteorólogos», nombre con que se conocía a los miembros del grupo) asaltaron un banco en busca de fondos para la organización y en medio del tiroteo posterior, le quitaron la vida a un agente de policía. Con el FBI también en el asunto, este pronto se convierte en tema nacional, haciendo salir de sus escondites a los ex Weathermen, ninguno de los cuales quiere saber nada con sus compañeros. Pero uno de ellos, el prestigioso abogado que interpreta Redford, necesita dar con la más irreductible de sus excumpas, hija de ricos y exitosa dealer ilegal desde hace tiempo (Julie Christie). Solo ella puede librarlo de la acusación de haber participado del asalto y tiroteo. Hay una segunda razón, de orden absolutamente íntimo, que mueve al abogado, y que parece escapada de un culebrón familiar, injertada aquí no se sabe muy bien cómo ni para qué. Más allá de ese desajuste, que ocasiona no pocos tropezones en la última parte de la película, más allá incluso de la sorprendente despolitización del tema, tal vez el mayor problema de este nuevo Redford es el que suelen tener todos los Redfords, siempre tan prolijos y correctos: una falta de tono muscular, de convicción narrativa, de justificación dramática, o todo eso junto. No puede dejar de saludarse, eso sí, la reaparición de ese actorazo que es Sam Elliott, siempre con su querible bigotón de cowboy, sus ojitos pícaros, su vozarrón de bajo y su pinta de San Bernardo (el perro, no el santo).

© Página 12

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