Javier Echeverría Zabalza | Miembro de ATTAC Navarra-Nafarroa
Ni resignación ni desesperanza: constancia y aprendizaje
Cuando hablo de organización, me refiero a la necesidad de estructurar y orientar poco a poco la sociedad hacia la participación política
Ultimamente se percibe en la sociedad, a la vez que hartazgo, cada vez más cansancio, frustración y quizás también, sobre todo en los sectores sociales más conscientes y comprometidos, algo parecido a la desesperanza. El «sí se puede» de la PAH parece que se transforma en «es demasiado difícil». Las movilizaciones, a pesar de ser numerosas, no hacen participar a la gente en la medida que nos gustaría y necesitamos. Parece clara la necesidad de reflexionar.
La situación objetiva no ha variado; en todo caso, sigue empeorando. Se auguran más recortes en salarios, pensiones y servicios públicos, más privatizaciones. Se ha hecho evidente que la corrupción no afecta a unos pocos, sino que es general y sistémica. Tenemos una democracia cada día más limitada, y se practica la mentira, la manipulación y la exigencia de sumisión de la ciudadanía por las buenas o por las malas. Sabemos que tenemos que respetar límites ecológicos ineludibles y parecemos dispuestos a sobrepasarlos en una dinámica que amenaza las posibilidades de vida digna sobre todo de las generaciones futuras. Cada vez es más clara la necesidad de cambiar este régimen o sistema y esta forma de vida insolidaria e injusta. Sin embargo, parece muy difícil conseguir que la ciudadanía se implique activamente para hacer frente, como se merece, a una situación como esta.
Tras muchas movilizaciones en los últimos años, nos preguntamos si sirven para algo cuando vemos que no consiguen frenar las políticas antisociales que nos están empobreciendo y que están llevando a situaciones límites a sectores sociales cada vez más amplios. Incluso en movimientos tan combativos y solidarios como las PAH hay gente decepcionada ante las maniobras del poder para evitar que la gente siga luchando por sus objetivos originales inalcanzados. Y es que este es otro factor que tiende a paralizarnos: nos hacemos conscientes del inmenso poder que tienen quienes nos están expoliando todo tipo de derechos y de sus innumerables posibilidades de maniobra para desmovilizarnos. En los sectores más conscientes corremos el riesgo de que se extienda la decepción y el desconcierto, y en la sociedad en general puede cundir la resignación y el fatalismo.
Es más que evidente que debemos tratar de evitar a toda costa caer en esta especie de «depresión social». No es la primera vez que pasa. Este tipo de sensaciones se han experimentado en otros momentos claves de la historia y se logró superarlas. ¿Qué hacer para ello? En primer lugar, creo que es imprescindible reflexionar, debatir y aprender, y desde luego resistirnos a «tirar la toalla». Sé que hay quien piensa que hay que cambiar cuestiones que algunas personas hemos considerado básicas hasta ahora. Voy a proponer insistir en la perseverancia en ellas y en aprender de la experiencia entre todas y todos para que su aplicación sea lo más adecuada posible.
Parto de la base de que necesitamos un profundo cambio sociopolítico, que apuntar solo hacia unas pocas reformas supon- dría encaminarnos hacia un colapso social cada vez más probable y doloroso. Seguramente aparecerá en algún momento algún claro en el horizonte, pero si no cambiamos esta dinámica, estos claros serán cada vez más raros y breves. Y también doy por sentado que conseguir esa gran transformación que necesitamos es muy difícil y que habrá muchos fracasos y retrocesos. Pero no tenemos más remedio: o lo intentamos o dejamos, sumisos, que la rueda del sistema nos arrolle.
De nuevo, ¿qué hacer? Aun sabiendo que es una simplificación, mi propuesta sigue siendo: unidad, organización y movilización, y persistencia en el empeño. Unidad, porque cada vez es más evidente que es la única manera de lograrlo. Unidad que tiene que ser desde abajo (no solo ni principalmente desde arriba) y con la participación de sectores cada vez más amplios de la ciudadanía. Para eso hay que ver cuáles son las formas más adecuadas de hacer frente al lastre de valores como la pasividad, el individualismo, el consumismo... que nos han inoculado. Pero, fundamental en mi opinión, unidad sobre todo entre las personas y organizaciones de diferentes sensibilidades que queremos construir una sociedad muy diferente y mucho más justa. Sobre este tipo de unidad se puede tratar de conseguir otros niveles de unidad de acción más amplia con objetivos más limitados.
Cuando hablo de organización, me refiero fundamentalmente a la necesidad de estructurar y orientar poco a poco la sociedad hacia la participación política. Organización social que pasa también por fomentar el empoderamiento de la ciudadanía y seguramente por el surgimiento de nuevas organizaciones sociales y políticas, entre otras cosas porque el poder institucional es también clave y debe ejercerse de manera muy diferente a como se ha hecho hasta ahora.
Y por último, movilización. Ningún cambio social importante se produce sin conflicto, sin enfrentamiento entre quienes propugnan nuevos proyectos sociales y quienes se aferran a los viejos. Y creo que es claro que, en las circunstancias históricas actuales, ese conflicto se debe expresar democráticamente por medio de la ciudadanía movilizada. Para eso es imprescindible una labor de reflexión y concienciación constante con el fin de hacer frente a las enormes fuerzas de manipulación y represión que tenemos enfrente. Otra cosa será acertar con las formas de movilización.
La tarea es muy difícil: enemigos poderosos, valores y formas de vida en contra, enorme tendencia al sectarismo... Pero ningún cambio de esta naturaleza ha caído nunca del cielo. Si trabajamos con constancia, sin desánimo y aprendiendo en cada paso que damos, seguro que habrá ocasiones en que, a pesar de los fracasos, tengamos la oportunidad de avanzar en la dirección correcta.