Liderados por EEUU, una coalición de países anuncia en breve tiempo que misiles de crucero y bombas guiadas, lanzadas desde lugares seguros y sin víctimas en las propias filas, caerán irremediablemente sobre Siria. El anuncio repite que tendrá como objetivo instalaciones de alto valor estratégico y que pretende presionar a Bashar Al-Assad para que se comporte como la coalición quiere. Sostienen que serán «dosis cuidadosamente calibradas» de castigo selectivo para, más que provocar un cambio de régimen, persuadir al enemigo para que actúe de manera aceptable. Esa coalición es una especie de «corporación de la muerte» que puede matar o atemorizar a cualquiera, donde quiera y cuando quiera. Se hizo en Sudán, en Afganistán, en Somalia, en Irak... y se sigue haciendo en la guerra de los drones en Yemen, Pakistán y quién sabe dónde.

Dejando a un lado que lo que se ha conseguido en otros escenarios han sido, por norma general, sonados fracasos estratégicos, cabe preguntarse a quién beneficia esta nueva aventura. Sin duda, no a los sirios. En estos casos, se sabe cómo se empieza, no cómo se termina. Los consecuencias son siempre incontrolables.