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CRíTICA: «El último concierto»

La afinación en grupo dentro y fuera del escenario

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Mikel INSAUSTI

Al cineasta de origen israelí Yaron Zilberman hay que empezar a tenerlo en cuenta, porque si acertó con su primer documental, también debuta ahora con éxito en la ficción. En «Watermarks» se reencontró con las nadadoras austriacas de raza judía, ya octogenarias, que se negaron a participar en las Olimpiadas de Berlín del 36. En su ópera prima «A Late Quartet», en cambio, no hay rastro alguno del Holocausto ni de ninguna otra causa sionista, salvo por la participación del actor Mark Ivanir, todo un judío errante dentro de su profesión.

«A Late Quartet» trata un tema tan olvidado por el cine como el de los músicos contemporáneos de conservatorio, ya que la industria suele ser más proclive a los biopics sobre grandes compositores de música clásica ya fallecidos. Y habla de las relaciones que mantienen los miembros de un grupo de una forma muy parecida a cómo lo hacen las películas sobre el mundo del rock, de lo que se deduce que en el fondo no hay tantas diferencias entre unos y otros, al margen de que utilicen partituras o no para sus actuaciones en público.

Precisamente, uno de los puntos de conflicto en el seno del cuarteto de cuerda The Fuge viene dado por la improvisación, planteada por el segundo violín a modo de reto para cuestionar la jerarquía del primer violín. La tensión aumentará al saber que la hija adolescente que tiene con la viola, y que sigue los pasos artísticos paternos, vive un romance con dicho primer violín. En medio de tales disputas internas se encuentra el violonchelista, que ha sido el alma mater de la formación durante 25 años, pero que ha de encarar el concierto de despedida por culpa de los primeros síntomas de la enfermedad del Parkinson.

La pieza elegida para ese último recital es «Opus 131 en Do sostenido menor» de Beethoven, cuya máxima dificultad consiste en que exige su interpretación durante 40 minutos sin pausas, obligando a los músicos a afinar sobre la marcha. Será una misión imposible, culminada, trás un parón, por la Nina Lee del Brentano String Quartet como sustituta. Es la metáfora evidente de las desafinaciones extensibles a la vida fuera del escenario.

 

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