El pianista Stephen Hough es uno de los tesoros que esconde la vida musical de Gran Bretaña. Bien conocido en todo el mundo, aunque no una estrella mediática como otros artistas mejor explotados por las discográficas, Hough es un pianista en cierto modo único, pues en su perfil se combinan un virtuoso de técnica depuradísima y un sólido intelectual que ha publicado textos sobre asuntos como la homosexualidad, la religión y su relación con la música. Es maravilloso escuchar a un músico como Hough, perfectamente sabedor de lo que busca a través de la música, de cualquier música, que en sus manos se vuelve trascendente e importante. Incluso en el caso de una obra aparentemente tan superficial como es el «Concierto para piano nº1» de Mendelssohn, escrita «por un pianista para el pianista», como bien explicaba Arkaitz Mendonza en las notas al programa. Pero tras ese despliegue de virtuosismo lúdico, sin aparentes ambiciones artísticas ni excesos emocionales, se respiró un gran sentido de la dignidad, como si Hough comprendiera todos los sentidos ocultos de esta música en apariencia despojada de ellos. Algo así como una defensa de la frivolidad como camino válido hacia la profundidad, que musicalmente le salió, por añadidura, redondo. Tras un Berlioz un tanto desconcertante, lánguido en general y excesivo de repente, en la segunda parte se pudo analizar mejor las razones de la incipiente fama del joven director Robin Ticciati. Su versión de la «Sinfonía Heroica» de Beethoven, sin salirse de los cánones tradicionales y sin estridencia estilísticas más allá de la mezcla ya común de instrumentos antiguos y modernos, estuvo repleta de ideas personales y diferentes. No todas fueron brillantes, pero logró firmar una buena versión reconocible como propia, lo que no es poco tratándose de una partitura tan central en el repertorio. Especialmente interesante fue la «Marcha fúnebre», en la que hizo cantar a los instrumentos graves con una riqueza de matices inusual, con un resultado tan extraño como convincente.