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ANÁLISIS | ANIVERSARIO DE LAS COLONIAS DE SUKARRIETA

La construcción y expresión del «alma vasca» a través del arte

A mediados del pasado mes pasado, concretamente el 13 de agosto de 1925, se cumplían 88 años de la inauguración de la Colonia Infantil de Nuestra Señora Begoña de Sukarrieta; conjunto sobre el que pende el proyecto de un futuro museo Guggenheim.

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Iñaki URIARTE | Arquitecto

En los últimos años he hablado del despropósito de plantear el derribo del edificio de la colonia de Sukarrieta por parte de la Diputación de Bizkaia; un intento que se justifica en un informe, encargado por el departamento foral de Cultura presidido por Josune Ariztondo en noviembre de 2009, por 12.000 euros, al arquitecto Josep María Montaner i Martorell. Un texto perverso, por incoherente y erróneo, que plantea una narración hecha a medida parar restar valor al edificio. «En cualquier caso -se dice-, esta obra destaca por la expresión exacerbada de un estilo neovasco dentro de la corriente regionalista que recorre el Estado español en la década de los años veinte...», y finaliza con la siguiente conclusión: «Por lo tanto y dado que se trata de un conjunto de edificios que no se atribuyen méritos, ni relevancia, ni valor singular, significa una obra menor en la larga y prolífica trayectoria del arquitecto Ricardo Bastida (...)».

La colonia es, sin duda, una magistral obra de la que Javier González de Durana (Dr. en Filosofía y Letras y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), proclama: «En absoluto es una obra menor de Bastida, sino muy al contrario. No existen edificios de esta tipología arquitectónica en todo Euskadi». Y prosigue: «Me sorprende que al nacionalismo vasco, tan defensor de lo que somos y de las maneras en que nos hemos hecho, no le importe tirar esta brillante página del siglo XX.»

Parece oportuno tomar este «agravio» como referencia para hacer una consideración más amplia de un momento creativo histórico vital para el pueblo vasco, emplazado entre 1910 y 1930. La colonia se sitúa en la citada época, en la que se produce el resurgimiento de la conciencia identitaria vasca, algo que tendrá gran repercusión en las bellas artes. Así, en 1911, se crea la Asociación de Artistas Vascos, que participa activamente en la vida cultural del país e interviene en circunstancias decisivas. Años más tarde, en setiembre de 1918, se celebra en Oñati el I Congreso de Estudios Vascos con el objetivo de «reunir a todos los amantes del País Vasco que, ansiando la restauración de la personalidad del mismo, se proponen promover, por los medios adecuados, la intensificación de la cultura». De estas inquietudes surgió Eusko Ikaskuntz,a para «ser un recurso estable para desarrollar la cultura euskalduna».

En la misma dirección, la Diputación de Bizkaia aprobó la creación de Euskaltzaindia, siendo la uniformización de la lengua literaria uno de los objetivos iniciales. Posteriormente, el II Congreso de Estudios Vascos (Iruñea, 1920) se dedicó a la enseñanza. Entre los participantes, figuraba el arquitecto Ricardo Bastida, que presentó la ponencia «Edificios escolares y sus anejos: campos de juego y de experimentación, jardines y parques escolares, etc. Mobiliario y material de enseñanza». Puede considerarse, por simultaneidad en el tiempo, el fundamento teórico pedagógico del primer proyecto para la colonia previsto para emplazarse inicialmente en Portuondo.

En 1525 se produjo la última prórroga, antes de su abolición, del Concierto Económico acordado en 1878, que otorgaba a nuestro país una estructura fiscal y administrativa autónoma, reconocimiento de una singularidad propia. Como una entidad deportiva surge en 1924 la Federación Vasco-Navarra de Alpinismo asociando grupos dispersos de montaña que contribuyeron a encauzar la arraigada afición a la naturaleza en una apreciación del valor y relevancia geográfica y paisajística del país tanto en su consideración del entorno ambiental inmediato como en el sentimiento de pertenencia. También a consecuencia de la inquietud intelectual, de un grupo de profesores del Lycée de Bayonne apasionados por el patrimonio local, surge en 1924 el Musée Basque et de l'histoire de Bayonne como institución imprescindible en la difusión de la cultura propia en Ipar Euskal Herria.

La sociedad Euskaltzaleak (Arrasate, 1927), promovida por José María Agirre Xabier Lizardi (1896-1933), fomentó la edición de un periódico en euskara, el apoyo a las escuelas vascas y a la educación aspectos vitales para la difusión de la lengua. Intervino en teatro, periodismo y especialmente destacó en poesía, cuya obra es considerada la mejor referencia de la lírica vasca moderna.

En este ambiente de reconocimiento de las referencias identitarias propias alcanza una gran difusión y aceptación la pintura, que obviamente se basará en la tradición antropológica remarcando los rasgos fisonómicos humanos y el simbolismo bucólico y melancólico del paisaje rural, especialmente el caserío, el urbano o el marítimo. Supone una revisión y reflexión de la historia y la tradición manifestando los valores propios de la vida del pueblo vasco en facetas laborales, sociales y de ocio. Se exalta especialmente, con un carácter casi épico, el trabajo cotidiano en todos sus aspectos, de la vida rural con la siembra y la recolección, la mar y la pesca, la actividad en el muelle, el puerto y el astillero, el esfuerzo de la minería y la fábrica. Es Aurelio Arteta (1879-1940) quien más profusamente expone estos episodios laborales de nuestros antepasados, que se muestran con extraordinaria belleza en los doce murales pintados al fresco en 1923 para el edificio del Banco Bilbao en Madrid. Las conocidas obras de los hermanos Valentín de Zubiaurre (1879-1963) «El marino vasco Shanti Andía, el temerario» (1924) y «Tierra vasca» y «Ramón de Zubiaurre» (1882-1969) «Bersolaris» y «Por las víctimas del mar», son quizá la expresión pictórica más explícita del carácter vasco. Asimismo destacan las estampas costumbristas, con algunas caracterizaciones humorísticas, de los hermanos Alberto, José, Ramiro y Ricardo Arrue, por la gran difusión que tuvieron ya que se publicaron en postales (1913).

Simultáneamente, la creación musical, en gran parte basada en el repertorio del cancionero popular y la leyenda, motivará a destacados compositores a realizar obras de enorme repercusión social, incluso fuera del ámbito geográfico vasco. José Maria Usandizaga (1887-1915) crea en 1906 «Irurak Bat», una rapsodia popular vasca basada en una trilogía de cantos populares relativos a tres territorios vascos como unidad política. Asimismo, Jesús Guridi (1886-1961) encuentra en el folclore vasco su inspiración con obras muy divulgadas, la zarzuela «El caserío» (1926) y las óperas «Mirentxu» (1912) y «Amaya» (1920) un extraordinario cántico identitario. Una modalidad de interpretación tan propia como el txistu motivara la asociación de txistularis del País Vasco (1927). Resurrección María de Azkue, como consecuencia de haber ganado en 1913 el concurso de Colecciones de Melodías Populares Vascas, presentó unas 2.400 canciones y posteriormente completó dicha labor en su extraordinario «Cancionero popular vasco» (1922). Otra obra similar fue «Euskal Eres Sorta» del mismo año por Aita Donostia, José Gonzalo Zulaika (1886-1956).

La danza tuvo un notable impulso en 1927, cuando el director de la Banda Municipal de Música de Gernika, Segundo Olaeta (1836-1971), crea Elai-Alai, que será el primer grupo de danza vasca. En 1937, tras el bombardeo fascista de Gernika tuvieron que exiliarse en el Estado francés donde crearán el grupo Oldarra, origen de los Ballets Olaeta. Es destacable el gran trabajo recopilatorio del profesor del Lycée de Baiona Louis Colas en «La Tombe Basque. Recueil d´inscriptions funeraires et domestiques du Pays Basque Français», que muestra la abundante y original iconografía de la vivienda y las estelas discoidales. Finalmente, el ámbito político tuvo un acontecimiento singular y simbólico al declarar Eusko Ikaskuntza en setiembre de 1931 la ikurriña, creada en 1894, como enseña nacional de los vascos; y el domingo 27 de marzo de 1932 se celebró en Bilbo el primer Aberri Eguna.

Entre 1910 y 1930, se desarrolla en el Estado la corriente arquitectónica denominada regionalismo, un movimiento de reconsideración estilística, una apreciación del pasado que, en arquitectura, es auspiciado por el arquitecto y académico Leopoldo Torres Balbás (1888-1960), y en nuestro país por cercanía e influencia debido a Leonardo Rucabado (1875-1918) un arquitecto cántabro que se inspira en las peculiaridades constructivas propias «montañesas».

En Euskal Herria, este lenguaje formal que revisa su propia tradición constructiva configura el denominado estilo neovasco, como una interpretación local del regionalismo difundido por Rucabado, que se asentó en Bilbo al inicio de su trabajo profesional. Modalidad que arraigó en una burguesía de ideología ecléctica especialmente enriquecida en unos años de enorme desarrollo y que tendrá un medio de expresión en la revista «Hermes» (1917-1922). Una sociedad concienciada en su aprecio por lo vernáculo demanda una arquitectura residencial con identidad vasca inspirada en el caserío. Los arquitectos más destacados en esta modalidad son Pedro Guimón (1878-1939), Ricardo Bastida (1878-1953), Manuel María Smith (1879-1956), Emiliano Amann (1882-1942) -en Bizkaia-; Ramón Cortazar (1869-1944), autor de las estaciones del F.C. del Urola, Luis Vallet (1895-1982,) Adrian de Lasquibar y Marcelo Gibert -en Gipuzkoa-; y quizá con menos implantación en Araba por Pedro de Asua, Jose Luis López de Uralde y Luis Diaz. El estilo como una reelaboración de la vivienda vasca surge también en Ipar Euskal Herria, especialmente en Lapurdi entre Hendaia y Biarritz, y se propagó más allá del límite de Euskal Herria por las Landas en un contexto predominante de villas veraniegas, en ocasiones con acento art decó, cuyos nombres en su casi totalidad son de raíz euskérika, mediante un grupo de arquitectos que dejaron un admirable patrimonio como Henry Martinet (1867-1936), Henry Godbarge (1872-1943), André Pavlovsky (1891-1961), Josep Hiriart (1888-1946), Edmond Durandeau (1878-1960), Ferdinand Brana (1895-1983), Louis Gomez (1876-1940) y su hermano Benjamín Gómez (1885-1959), que incluso proyectaron los interiores y el mobiliario de las viviendas. Una expresión de este estilo, incluso en el nombre, es la céntrica Maison Basque (1927) en Biarritz, de William Marcel (1879-1971)

Esta arquitectura residencial unifamiliar y rodeada de jardines tomará la referencia del caserío como construcción popular extendida por todo el país y arraigada en el paisaje con apreciable singularidad tipológica y de calidad constructiva, y en ocasiones también del palacio barroco. La interpretación de sus características estructurales y formales será una recurrida y repetida inspiración a modo de compendio. Asimetría de fachadas con amplios huecos y cubiertas a dos o cuatro aguas, sillería en esquinas y enmarques de huecos, cortafuegos decorativos, amplios portalones con arco, columnas con el fuste panzudo, balcones volados de madera con los balaustre torneados y también de fundición de hierro, huecos con cierres de contraventanas de madera, crujías apreciables en el exterior, entramados oblicuos ficticios, ladrillo visto en el frontón de la fachada a veces con huecos rememorando la ventilación del pajar, rosetones, escudos, hornacinas y chimeneas con tejadillo, constituyen las referencias caracterizadoras.

La síntesis y motivación de este espíritu se encuentra en «La arquitectura moderna en Bilbao», de 1924, donde Guimón colaboró con un artículo «El alma vasca en su arquitectura». Allí afirma: «Por eso el arte popular tiene siempre alma, es el archivo, el almacén de documentos... es el templo, panteón del tesoro de las tradiciones... el arte regional es el reflejo o la fisonomía del alma popular...» y manifiesta en el párrafo «Arquitectura de la tradición»: «Hace ya tiempo que es de buen tono, depurada orientación, el hacer no ya Arquitectura nacional, ni siquiera regional, sino Arquitectura de los pueblos. Y, aun alambicando más, es el ideal hacer Arquitectura de los rincones de los pueblos, es decir componer con el emplazamiento, con el paisaje».

La colonia de Sukarrieta se inserta en ese periodo de enorme erudición y eclosión de la cultura vernácula, con gran ilusión colectiva en una reafirmación de principios y autoestima identitaria: un tiempo con alma vasca.

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