Crónica | La minoría de los Kakai
Vivir mil veces en Irak
Atrapados en el erial donde convergen etnia y religión, los kakai luchan por sobrevivir en un país con niveles de violencia inéditos desde 2008.
Karlos ZURUTUZA Ali Saray
«El alma necesita reencarnarse mil veces antes de pasar a ser uno con Dios», explica Rajab Assy Karim desde Ali Saray, a 190 kilómetros al norte de Bagdad. Si Irak está lleno de «atajos» hacia el final de la existencia, seguro que uno de ellos pasa por esta pequeña aldea de adobe en mitad del desierto.
Apenas un centenar de personas viven en Ali Saray pero todos son kakai, seguidores de un credo preislámico cuya supervivencia hasta el siglo XXI bien puede considerarse todo un milagro. Karim es consciente de ello y dedica todo su tiempo libre a recopilar libros sobre su pueblo. La suya es la única biblioteca de entre las doce aldeas kakai de la región.
«Vivimos a medio camino entre Tikrit -ciudad natal de Saddam Hussein y bastión de sus seguidores- y Erbil -capital de Kurdistán Sur-», explica Karim. «La zona está llena de terroristas y nosotros somos uno de sus objetivos más fáciles». En Ali Saray, los escombros aún sin recoger de las 13 casas destruidas por la violencia en lo que va de año dan fe de ello. Ese parece el precio a pagar por ser kurdo y «pagano» en una de las zonas más volátiles de Irak.
Junto con los yezidi -otro culto preislámico-, de los kakai se dice que han conservado la religión original de los kurdos. Se cree que la palabra kakai deriva del kurdo kaka -hermano mayor-, y que kakai significa, literalmente hermandad. No obstante, la controversia en torno a su credo es grande ya que sus miembros tienen fama de no desvelar sus creencias. Jassim Rashim Shawzan aporta una explicación más plausible:
«Nos acusan de no revelar detalles sobre nuestra fe pero no es más que una forma de protegernos en un entorno hostil. Aquí no hay democracia, ni libertad de expresión, ni derechos... vivimos en Oriente Medio, ¿sabe usted?», dice el que es, hasta el momento, el primer y único juez kakai de Irak.
Shawzan explica que su pueblo es originario de las montañas kurdas de Irán, y que su centro espiritual se encuentra en Kermansha, a 400 kilómetros al suroeste de Teherán. Entre otros tesoros, allí se conserva la única copia del Zanur, uno de los libros sagrados de los kakai. Si bien siglos de convivencia con los musulmanes les han hecho adoptar tabúes como el de no comer cerdo, la mayoría de los kakai son fácilmente identificables por sus poblados bigotes -el Islam recomienda llevarlo siempre recortado-.
Shawzan también menciona un periodo de ayuno pero, a diferencia del mes santo musulmán, dura tres días y se celebra entre diciembre y enero.
Al igual que yezidies y mandeos, los kakai no aceptan conversiones; uno nace kakai. No obstante, el juez lamenta que el Irak post Saddam sea un país donde el futuro de las minorías sigue siendo una incógnita: «Saddam nos quitó muchas de nuestras tierras y aldeas para dárselas a árabes llegados de otras partes de Irak pero desde 2003 centenares de los nuestros han sido victimas de extremistas islámicos», recuerda.
El estigma del infiel
Su denuncia es corroborada por multitud de organismos independientes como Minorities Rights Group International, una ONG con sede en Londres. En su último informe de 2011 sobre la situación de la minorías en Irak MRGI denuncia «amenazas, secuestros y asesinatos» entre los kakai de esta zona y constata que líderes religiosos musulmanes incluso llamaban a boicotear «todos los establecimientos regentados por infieles».
La mayoría de los kakai coincide en que su seguridad mejoraría si sus aldeas se encontraran al amparo de la Región Autónoma Kurda de Irak, donde la seguridad es infinitamente mejor que en el resto del país.
A la entrada norte de Ali Saray, Sirwan monta guardia en el puesto de control bajo unas gafas de sol oscuras y un casco de kevlar. Pero su poblado bigote le delata. «Si algún día se plantea un referéndum para decidir si queremos pasar bajo control de Erbil, votaremos favorablemente y en masa».
Un referéndum retrasado
Sirwan se refiere a un plebiscito originalmente programado para 2007, y que decidiría si las llamadas áreas en disputa entre Erbil y Bagdad debían pertenecer al norte kurdo o al sur árabe. Por el momento, la consulta sigue aplazada sin fecha hasta la ejecución de medidas para contrarrestar las campañas de arabización de Saddam Hussein.
Precisamente, agosto ha despedido al kakai que mejor ejemplificaba la sintonía entre este colectivo y la administración kurda de Irak. Escritor e intelectual natural de esta región, Falakadin Kakaye fue dos veces ministro de Cultura en el Ejecutivo kurdo y era el principal responsable de las relaciones entre Erbil y Ankara antes de fallecer.
Kakaye abandona un país que sufre niveles de violencia inéditos desde 2008. Los más de mil muertos en atentados el pasado julio retratan una sociedad convertida en víctima colateral de una tremenda crisis política que se ve agravada por la guerra en la vecina Siria.
Saad Salloum, experto en minorías iraquíes y editor de la revista especializada «Masarat» dice esforzarse en «documentar la diversidad de Irak antes de que ésta desaparezca».
«A nivel étnico tenemos asirios y caldeos, kurdos, árabes y turcomanos, pero a nivel religioso las variantes son todavía mayores», explica el investigador desde su despacho en la Universidad de Mustansiriya, al noreste de Bagdad.
Este hombre que ha vivido tres guerras sin haber cumplido los 40, asegura que los diez años tras el derrocamiento de Saddam Hussein han provocado una «brutal crisis de identidad» entre el pueblo iraquí: «Desde 2003 hemos redescubierto nuestra propia pluralidad pero, lejos de aceptarla como una seña identitaria y enriquecedora, hoy tememos al vecino más que a cualquier misil o arma de destrucción masiva».