Crueldad como norma, espíritu de venganza
Xabier Gorostiaga, hijo de Judith Uriarte y Pablo Gorostiaga, narra en la entrevista que hoy publica GARA la lucha de su familia para que su aita pudiera despedirse y al menos dar un beso a la compañera de su vida. Se trata de un relato conmovedor que revela en alta resolución cómo la política carcelaria española que se aplica a los presos vascos ha hecho norma de la crueldad y ha establecido la inmoralidad y el desprecio a la justicia y la empatía como conducta. Lo que han hecho con Pablo Gorostiaga, preso de 71 años en la cárcel de Herrera de la Mancha, a más de 600 kilómetros de casa y, pese a haber cumplido ya más de las tres cuartas partes de su condena, clasificado en primer grado, y con su familia, es el último recordatorio de una política de dispersión que dura ya más de 26 años. Una política con consecuencias desastrosas y trágicas, que ha infligido y sigue infligiendo dolor inenarrable a ciudadanos vascos y que ha llevado de un modo general a ver con un alto grado de escepticismo la posibilidad de cualquier progreso o mejora, vista la moralidad, o la falta de moralidad, del Gobierno español.
Este sabe que tiene una «ventaja competitiva» objetiva: tiene la llave de las cárceles. Eso le hace pensar que puede controlar la situación, marcar los tiempos, establecer las normas, incluso saltárselas. Cree poder jugar con saña la carta de la crueldad, hacer barbaridades propias de mentalidades enfermas, guiar sus cálculos y decisiones por un espíritu de venganza, al margen de parámetros elementales de humanidad. Y cree que eso le sale gratis y le hace más fuerte.
Consigue infligir dolor, sí, pero no proyecta fortaleza y no genera adhesión en este país. Al igual que con Pablo Gorostiaga, con los presos enfermos, con los que tienen cumplida la condena o con los que les ha sido injustamente alargada, Euskal Herria en su máxima pluralidad defiende que esa política debe terminar. Antes o después, mejor antes que después.