Amparo LASHERAS | Periodista
Allá en Chalatenango...
Cuando los actos de apoyo a Catalunya llenaban las plazas de Euskal Herria de senyeras, un amigo enviaba a mi correo las fotografías de un día de solidaridad con la lucha del pueblo vasco en Las Vueltas, un pueblecito de El Salvador, de apenas dos mil habitantes, situado en el departamento de Chalatenango, muy cerca del lugar donde Pakito Arriaran cayó combatiendo con la guerrilla salvadoreña. El color de las ikurriñas se mezclaba con el verde independentista y los mensajes en blanco y negro del recuerdo a los presos políticos vascos.
Entre ese colorido vivo y popular que derrochan los pueblos de América en los días grandes y especiales, se podían ver los retratos de Marta y Begoña, las dos médicas internacionalistas asesinadas por el Ejército salvadoreño, el de Pakito, Juancito para los vecinos de Las Vueltas, y los de otros militantes vascos que un día se unieron a su lucha. Y, difuminado entre murales improvisados y puños en alto, el perfil del Che marcaba una pauta de lucha popular y hacía realidad el canto de Carlos Puebla «aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia...». El lema central del acto decía, «Jornada de solidaridad con la lucha del Pueblo Vasco por su independencia del decadente imperio español». Confieso que me emocioné desde una nostalgia ideológica que me preocupa, tal vez porque en los últimos tiempos se habla más de cooperación y mediación que de solidaridad; quizás porque las alfombras europeas de foros y conferencias limitan la percepción política de las pancartas solidarias de gente sencilla, como los campesinos de Chalatenango, que en su revolución, diaria, callada e inacabada, aún tienen tiempo para la solidaridad.