La posibilidad de intervención militar internacional en Siria parece alejarse, para alivio de millones de personas en todo el mundo, en primer lugar de la población siria, si bien en este caso se trata de un alivio relativo, porque en aquel país continúa la sangría. A buen seguro, también supone un alivio para Barack Obama, quien parecía decidido a meterse en un nuevo e incierto lodazal del que paradójicamente le ha librado Vladimir Putin. Pero al margen de los grandes intereses tácticos y estratégicos, o de los intereses tácticos y estratégicos de los grandes, hay otros que no van más allá del deseo de vivir dignamente y en paz, algo poco menos que imposible para los kurdos, reprimidos en tiempo de paz y atacados por todos en guerra.

El drama kurdo no es motivo de alarma ni de negociación para la comunidad internacional. Al contrario, mientras se aleja la posibilidad de la intervención armada y parece abrirse la vía diplomática, los kurdos bajo administración siria denuncian la cobertura prestada por Turquía a Jabat al Nursa, un grupo vinculado a Al Qaeda que se desmarcó del alto el fuego firmado por la resistencia kurda y el Ejército Libre Sirio, principal opositor armado de Al-Assad. Por muy deplorable que sea ese apoyo, no resulta sorprendente, teniendo en cuenta el temor de Turquía a la posibilidad de que en Kurdistán Oeste, fronterizo con el Kurdistán bajo administración turca, se cree una región autónoma como ocurrió tras la invasión de Irak al norte de aquel país.

Turquía, un país que se dice comprometido en la lucha contra el «terrorismo internacional», revela así su verdadero compromiso, que pasa por combatir a los únicos que considera «terroristas», los kurdos. Ellos constituyen una de las principales preocupaciones de Ankara, pero no por que supongan una «amenaza terrorista», sino por su deseo de vivir en libertad. Sin embargo, Turquía, y en este caso incluso Al Qaeda, no son un peligro para el mundo, siempre y cuando los agredidos sean kurdos.