Resulta difícil escribir, filmar, sobre aquello que algunos apodan «la espalda del mundo», aquellos espacios vitales y geográficamente casi nunca transitorios, donde el ser humano lucha simplemente por mantenerse vivo. Hay muchas espaldas del mundo, en Oriente y Occidente y, a veces, son tan solo sombras minúsculas en una realidad mediática que no desea cobijarlas. «La jaula de oro», de Diego Quemada Díez, habla de las vidas de niños, jóvenes y adultos que luchan por sobrevivir y que viajan en la búsqueda de una historia de vida mejor. Más de cinco años le ha llevado a Quemada Díez la elaboración de esta película poética y humana donde la cámara trabaja a favor de la historia, invisible y fluyendo sin distorsionar lo que retrata. Es casi milagroso que este joven realizador haya logrado filmar y recrear algunas secuencias del mejor cine que he visto en mucho tiempo en su primer largometraje. En «La jaula de oro» habita un cine sincero, sin pretensiones y al mismo tiempo mágico, porque esta es una de esas películas que emocionan sin caer en recursos manidos, que muestra al ser humano con su verdad, ficcionada, por supuesto, pero vista y mostrada con respeto y diría que hasta con cariño. Miles de personas se desplazan en el mundo cada día, buscando sus caminos, buscando nuevos horizontes. Guatemala, es punto de partida de Juan, Sara o Samuel, y de muchos otros que realizan su particular «viaje del héroe» hacia los EEUU. Muchos se quedan en el camino, otros siguen adelante.