Koldo LANDALUZE

El cineasta Arie Posin apostó por el riego en su anterior filme “Kidnapped, historia de un secuestro”, una tarjeta de presentación cuyas constantes –drama, comedia y ramalazos de fantástico– se prolongan en este su segundo proyecto que vuelve a funcionar a la manera de un retrato emocional con apariencia de cuento y engarzado en los territorios del drama descarnado y la comedia sin estridencia. Se nota que a Posin le gusta el riesgo porque la excusa sobre la que se asienta todo el engranaje dramático es como para cogerlo con pinzas y, en manos de otro creador, probablemente hubiera derivado hacia los peligrosos extremos de lo absurdo o lo edulcorado.

A Ed Harris y Annette Bening, secundados por un Robin Williams que a ratos resulta inquietante en su constante medio sonrisa, les corresponde dotar de credibilidad y coherencia a unos personajes que circulan por la cuerda floja en todo momento. Sobre todo en el caso de ella, porque es a partir de su conducta cuando salen a relucir los inconvenientes que provoca el intentar mantener el interés de una historia que requiere de la plena complicidad de un espectador que sabe de antemano todo lo que va a suceder, por imposible que parezca.

A favor del cineasta cabría destacar el pulso que demuestra a la hora de subvertir por completo una escena que, como en el caso de la que protagoniza la hija de la protagonista en cuanto descubre lo que acontece a su madre, motiva una primera sonrisa cómplice en el espectador que deriva en ese silencio que siempre suscita una risa reconvertida en lágrima y grito de dolor.