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«Una esvástica sobre el Bidasoa» y el plan nazi para seducir a los vascos

Tuvieron que pasar cincuenta años para la única copia de una película guardada en la Filmoteca Vasca viese la luz. Las imágenes custodiaban un documental realizado con el apoyo del régimen nazi en plena Segunda Guerra Mundial y que ensalzaba la cultura vasca. Este documento sirvió para enfocar un film que se estrena hoy en Zinemira.

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Nagore BELASTEGI | DONOSTIA

La Segunda Guerra Mundial es un tema recurrente en los documentales y por ello no es fácil buscar un nuevo punto de vista. Alfonso Andrés y Javier Barajas lo han conseguido con «Una esvástica sobre el Bidasoa» (estreno hoy, a las 20:45 en el Príncipe 2), un trabajo que desvela el interés de los nazis por el pueblo vasco como otra supuesta «raza pura» a la que atraer hacia su proyecto.

Todo empezó con una fotografía, de la que conocía su existencia el productor Alfonso Sa, de un avión alemán que cayó en la Concha el 8 de mayo de 1945, el último día de la guerra. Quien viajaba en él era un viejo conocido del régimen nazi: León Degrelle, un belga protegido por Franco, que murió en Málaga de viejo. «Teníamos claro que queríamos investigar sobre ese tema y empezamos a investigar para encontrar algo nuevo», explica Javier Barajas. Buscando, se toparon con que en la Filmoteca Vasca había una película de 12 minutos sobre nosotros, «Im lande der basken». «De entrada fue un flashazo; una película alemana sobre vascos en plena Guerra Mundial, con una calidad excelente. Entonces empezamos a preguntarnos sobre quién era Herbert Brieger, su director, porque no nos sonaba», continúa Barajas. Esa película de copia única había pasado desapercibida durante cinco décadas.

Así, se pusieron en contacto con catedráticos de la UPV y hasta con el hijo del cónsul del régimen fascista italiano en Biarritz, Alberto Bonelli, quien dio la casualidad de que era muy aficionado al cine. Así que los directores consiguieron de este modo documentos gráficos de los nazis que acudían a casa de Bonelli a comer. «Los militares estaban en el frente ruso y venían a Euskal Herria a descansar. Esas imágenes contrastan con las habituales de la propaganda nazi donde salen los soldados o con el desastre de la guerra. Vemos que ellos también hacían su vida normal», explica Alfonsó Andrés. Así, en el film podremos ver a los nazis en su vida cotidiana.

A priori estaban instalados en Ipar Euskal Herria, porque el Estado francés estaba ocupado por los alemanes, pero pasaban la frontera. Como explica Barajas, «el Bidasoa era un puente de unión entre el franquismo y el Tercer Reich. Eran régimenes hermanos y se ayudaban».

La «soberanía» de las naciones

«Los nazis eran seductores -comenta Barajas-. Hitler quería dominar el mundo, pero había otros que estaban interesados en la plurinacionalidad europea, siempre desde el prisma del nacionalsocialismo, y ahí entraba en juego la idea de dar una soberanía a las naciones». Se fijaron en Euskal Herria, entre otras, porque les parecía que nuestra cultura unía al pueblo y nos definía como etnia. «Trataban de ganarse a aquellos pueblos que pensaban que pudieran colaborar en el régimen, aunque estoy seguro de que, de haber ganado la guerra, habría sido un régimen puro y duro».

Esa posibilidad que barajaron también algunos vascos de unirse a los alemanes, aunque les miraran con recelo, podría parecernos una aberración actualmente, pero debemos entender que en ese momento no se conocían los detalles de la guerra. Aunque ahora sabemos que fue la legión Cóndor alemana la que bombardeó Gernika años antes, en ese momento no se sabía con certeza. Tampoco se supo nada de la exterminación de millones de personas en campos de concentración hasta que unos combatientes polacos pudieron llegar a Londres y avisar a los aliados en 1942. «Hay que entender que en ese momento no se daban cuenta, cada uno se posesionaba para sobrevivir», afirma Andrés. Por lo tanto, la posibilidad de conseguir un Estado vasco soberano era tentadora.

Pero, por otro lado, nos encontramos con la cara amable de los nazis. Según Andrés, «al principio del documental se dulcifica a los alemanes, se les ve de vacaciones, pero después empiezan a perseguir judíos y ves que las cosas cambian». En su intento de dominar el mundo, Hitler dio dos directivas diferentes. Por un lado, en Rusia dijo que los soldados podían hacer lo que quisieran. Por otro, en los Países Bajos ordenó que se respetaran a los civiles, y aquí llegaron esas directrices. «Con la gente se portaban bien -sentencia Barajas-. El ejército alemán estaba compuesto por reclutas, no todos los chavales eran miembros del partido nazi. Pensarían `me han destinado al sur de Francia y hay unas playas preciosas, y hay un sitio cerca que se llama San Sebastian'. Para ellos era como El Dorado». Sin embargo, cuando el nacionalsocialismo empezó a perder terreno, la Gestapo tomó las riendas y Euskal Herria también conoció el lado más cruel del nazismo.

¿Ideología o amor al cine?

El documental está guiado por las palabras de testigos de aquella época, por los hijos de los protagonistas. Uno de ellos es Nicolas Brieger, el hijo del documentalista que retrató a los vascos y que ha servido de excusa para plantear esta reflexión sobre los intereses de los nazis en nuestra cultura. «Nicolas no quería saber nada de su padre. No quería enfrentarse a ello. Poco a poco fue reconociendo que su padre estaba afiliado al partido nazi, pero no lo quería aceptar», narra Andrés. De hecho, no se sabe si Brieger estaba afiliado al partido porque compartía ideología o solo porque ese era el único modo de hacer cine en un momento en que la censura estaba a la orden del día y toda película pasaba por las manos del ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels. Desde luego, lo que más llama la atención de la cinta que rodó Brieger es que, a diferencia del resto de sus documentales de viajes, «Im lande der basken» está politizada.

El tema del film ha llamado tanto la atención del público que las entradas para los pases de hoy, mañana y pasado se agotaron el prime día. Un reclamo podría ser la presencia del propio Nicolas Brieger en Donostia y en la tertulia.

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