A estas alturas, a nadie le debería sorprender la versatilidad de Alfonso Cuarón, un autor capaz de abordar cualquier género y estilo sin que ello provoque alteración alguna en su puntillosa mecánica.

«Gravity» es la nueva joya orquestada por un Cuarón que, cuando todo el mundo echa pestes del dichoso 3D, es capaz de dignificar este formato y darle un sentido mucho más profundo que el que le otorgó James Cameron en «Avatar». De hecho, resultaría casi imposible concebir este filme sin las tres dimensiones que nos recuerdan que el cine también es emoción y espectáculo si asumimos que es posible concebir un filme que coquetea con el drama y la acción en una escenografía que no por ser infinita, puede llegar a resultar tan angustiosa como claustrofóbica: el espacio exterior.

Excelente en su concepción dramática y antológica en su apuesta técnica, «Gravity» nos guía a través de una accidentada odisea espacial en la que la rutina de los astronautas se transforma en una desesperada lucha por sobrevivir. Sustentada en las solitarias interpretaciones de un George Clooney que asume con acierto su rol secundario y una Sandra Bullock capaz de competir en personalidad interpretativa con su ilustre compañero de reparto, esta trágica odisea espacial delega en el espectador la capacidad de ser partícipes de un viaje incierto teñido de espectacularidad y poética.

Buena muestra de ello son las escenas que recrean la perspectiva espacial de nuestro planeta acompañada por el paseo silente de los astronautas, magistral fotografía de Emmanuel Lubezki, o esos momentos tan íntimos como sobrecogedores en los que Bullock comparte una conversación con un ciudadano chino que, probablemente, nunca imaginó que un día charlaría a través de su radio con una astronauta.