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Carlos GIL Analista cultural

Plumas

En las escuelas se enseña caligrafía con el único objetivo de que se entienda tu letra cuando rellenas la inscripción en el paro. Con los programas de tratamiento de texto, ni siquiera se está pendiente de la ortografía porque hay un misterioso corrector activado que te advierte de las faltas o erratas cuando no te las corrige según un criterio pre-establecido que te hunde en su miseria léxica si no estás muy atento a sus maniobras secretas. La narración oral, por lo tanto, es la única barrera que te resguarda de tus deficiencias.

A los que tienen ínfulas literarias les gusta mostrar su pluma. De marca, a ser posible. Y la llevan en el bolsillo de su guayabera para que el público en general lo identifique. Es una manera de señalar su pertenencia a un club de elegidos. Los banqueros tiene más plumas, de mayor calidad y precio, pero las esconden. Las utilizan no para firmar dedicatorias sino para mandar ejecutar desahucios. Son dos maneras de utilizar el mismo instrumento. Incluso hay banqueros que escriben poemas de amor a su joven amante con la misma pluma con la que condenan a cientos de jóvenes amados al sufrimiento.

En toda rúbrica se contienen una declaración de estado emocional y de carácter que se convierte en fundamento de una metodología experimental en la caligrafía. Desprovistos de costumbre de escribir a mano, todo lo que tecleamos se convierte en apócrifo. Si alguien viera mi caligrafía entendería mejor esta columna. Incluso me perdonaría los fallos sintácticos. Frente a un teclado que no muestra mi estado de ánimo y que transmite mis pulsaciones de manera aséptica, me siento más solo e incomprendido. Y sin pluma.

 
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