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ANÁLISIS | ANIVERSARIO DE LAS AUTONÓMICAS DEL 21-0

Un año después, la legislatura está a punto de comenzar

Pese a que las elecciones autonómicas se celebraron hace ya un año, es ahora con el pacto PNV-PSE cuando puede decirse que arranca la legislatura. Lo habido hasta ahora ha sido una ficción o una pérdida de tiempo, que pone muy en cuestión la imagen de buen gestor que siempre ha pretendido vender el PNV.

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Iñaki IRIONDO

El 21 de octubre del pasado año se celebraron elecciones autonómicas en la CAV. Tres elementos fueron los destacados: la victoria del PNV, como en ediciones anteriores; el fin formal del ciclo de las ilegalizaciones con la vuelta al Parlamento de la izquierda abertzale, formando parte de la coalición EH Bildu que obtuvo 21 escaños; y la evidencia de que la coalición unionista formada por PSE y PP, que había gobernado la legislatura anterior, quedaba relegada al tercer y cuarto puesto respectivamente, y entre ambos sumaban menos representantes que la formación jeltzale.

Un año después, la lectura de aquellos resultados tiene otras variables. En primer lugar, quienes hicieron las cuentas de que PNV y EH Bildu sumaban las dos terceras partes de la Cámara acertaron matemáticamente, pero si pensaron que eso podía dar lugar a una mayoría abertzale, volvieron desgraciadamente a errar.

En aquella noche electoral escribí dos páginas como estas con el titular «Un Parlamento abertzale que deja las manos libres a Urkullu». Y Urkullu, con sus manos libres, decidió primero tirarse a la piscina de la gobernación solo con el agua de sus 27 escaños. Comprobó que eso daba para chapotear, pero al intentar el triple salto mortal presupuestario, el trompazo le llevó a urgencias.

Desde las elecciones del 21 de octubre, pasando por la decisión del 12 de noviembre del EBB de gobernar en solitario esgrimiendo la situación de urgencia, y hasta el 24 de abril de 2013 en el que el Gobierno de Urkullu retiró su proyecto de presupuesto, la CAV vivió en una extraña ficción. Es difícil entender cómo llegó el PNV a la decisión de sentarse en Ajuria Enea sin tener ningún acuerdo que le garantizara la gobernabilidad y, lo que es peor, sin hacer ningún ejercicio real para crear complicidades con otros grupos.

Así que tras el batacazo presupuestario y nada más salir de urgencias, el PNV se puso a buscar cómo llenar de agua la piscina. Urkullu tenía, lo recordamos, las manos libres. Y en menos de una semana, en un desayuno del Forum Europa, estableció el terreno de juego, ofreciendo a PSE y PP un «pacto de país» del que excluyó a EH Bildu. Lo trató de explicar al día siguiente el portavoz del Gobierno, Josu Erkoreka, al asegurar que, en realidad, EH Bildu se había autoexcluido de un posible pacto al apoyar la huelga del 30 de mayo contra los recortes.

Siendo esa la decisión, la conclusión lógica fue la firma el pasado 16 de setiembre de un acuerdo marco con el PSE «para conseguir una Euskadi más moderna, solidaria, sostenible y competitiva». Al PP le ofrecieron sumarse a la parte fiscal del pacto, para incluirlo en el juego de la estabilidad institucional.

Por eso, cabe decir que es ahora, con un año de retraso, cuando de verdad comienza la legislatura. Y lo hará, formalmente, con la aprobación a finales de año del presupuesto de la CAV de la mano de PNV y PSE, y quien sabe si hasta con el añadido del PP, según y cómo esté el escenario alavés.

A partir de ahí, el acuerdo firmado establece que en las principales leyes el Gobierno del PNV consultará y acordará con el PSE. Un acuerdo de legislatura no declarado.

Iñigo Urkullu tenía las manos libres y su opción ha sido volver a los «buenos tiempos» de los años 80, cuando José Antonio Ardanza gobernaba con el apoyo de Ramón Jáuregui, y dejar atrás el periodo de los últimos quince años que inauguró Juan José Ibarretxe, en los que según dijo el lehendakari «ha primado más el enfrentamiento y la confrontación, y más la política de bloques y división que la [política] de diálogo y la búsqueda de consensos».

Para eso es para lo que, al menos hasta la fecha, ha servido la realidad de que 48 de los 75 parlamentarios se digan abertzales y defiendan el derecho a decidir de Euskal Herria.

El PNV adecúa su bicefalia

A esto se ha llegado después de que el PNV volviera a ganar las elecciones autonómicas, con 384.766 votos que le dieron 27 escaños. Y como si tuviera prisa por resarcirse de los cuatro años que estuvo apartado del poder, corrió a llevar a Iñigo Urkullu a Ajuria Enea. Arguyó que las urgencias económicas obligaban a moverse con rapidez, pero lo que ha ocurrido en realidad es que el Ejecutivo ha estado paralizado durante meses por falta de apoyos.

Cabría pensar que el PNV había puesto tanta energía en volver a Lehendakaritza que una vez logrado el objetivo necesitó un tiempo muerto para ordenar la Administración y la propia casa. Les costó muchas semanas completar el organigrama de los departamentos y, un año después, salvo un parche para adelantar la paga de los funcionarios, no han presentado todavía ningún proyecto de ley en el Parlamento. El único que llevaron, el de presupuestos, fue retirado antes de debatirse.

Entre tanto, ha habido cambio de fichas en Sabin Etxea. La elección de Iñigo Urkullu como lehendakari y las incompatibilidades estatutarias del PNV obligaron a la designación de un nuevo presidente del EBB, cargo que recayó en Andoni Ortuzar sin ningún tipo de duda ni debate, igual que la ley de la gravedad hace caer la manzana del árbol, esté o no Isaac Newton sesteando debajo.

Conquistada Araba, el aparato vizcaino domina el partido y marca el camino a seguir. A los dirigentes guipuzcoanos se les permiten desahogos como participar en la Vía Catalana durante su estancia de la Diada en Barcelona, siempre que quede claro que lo hacen a título personal.

Oficialmente, el PNV ha vuelto a la bicefalia. Pero más que dos cabezas, habría que decir que Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar son uña y carne. De ahí que de momento no quepa esperar ni los conflictos que Carlos Garaikoetxea tuvo con el EBB, ni la distancia que acabó separando a José Antonio Ardanza de Xabier Arzalluz, ni la necesidad de que el partido tenga que hacer «actos de fe» para entenderse con el lehendakari, como le pasaba al propio Urkullu con Juan José Ibarretxe.

EH Bildu, segunda fuerza

EH Bildu es una coalición compuesta por un partido que la legislatura pasada tuvo cuatro escaños, otro que apenas logró un representante, una formación que nunca se había presentado a las elecciones y venía de desgajarse de otra no muy grande, y un movimiento que durante los últimos diez años ha estado ilegalizado, perseguido, con sus dirigentes encarcelados, las sedes cerradas y las cuentas bloqueadas. Esa compleja amalgama obtuvo casi la tercera parte de los escaños del Parlamento, 21 de 75, y 277.923 votos.

Con un independentismo indisimulado y con unas posiciones de izquierda que en la mayoría de las naciones se sitúan en parámetros minoritarios o extraparlamentarios, EH Bildu se constituyó en la segunda fuerza de la Cámara de Gasteiz.

Moverse en coordenadas tan distintas a las de otras fuerzas políticas ha hecho que le resultara difícil proyectar hacia el exterior si constituye la oposición al Gobierno del PNV o una alternativa al conjunto del sistema conformado por el resto de partidos. Una situación compleja que no es fácil de gestionar para poder crecer, y menos cuando la mayoría de los medios defienden el status quo español y capitalista.

Por otra parte, la ilegalización de la izquierda abertzale y la persecución de las diversas siglas con las que intentó sortearla dio lugar a un largo listado de miles de personas (40.000) que no podían ser presentadas a las elecciones salvo que se quisiera correr el riesgo de que fueran vetadas. Ahí está el ejemplo de que la concurrencia de Bildu a las municipales y forales estuvo en el alero hasta más allá del último minuto.

Esto ha posibilitado que nuevas caras de personas que estaban fuera de los círculos orgánicos partidistas accedieran a puestos de representación institucional, e incluso de gobierno, con el valor que ello tiene. Pero, al mismo tiempo, también ha provocado que un año después de cerrado el ciclo de las ilegalizaciones y teniendo ya representación en todos los legislativos, en la Diputación Foral de Gipuzkoa y en muchísimos ayuntamientos, haya más una serie de cabezas visibles de EH Bildu que un liderazgo claramente identificado por la ciudadanía.

Por otra parte, la propia condición de coalición de EH Bildu dificulta personalizar su dirección en una especie de presidente del EBB o del PP o secretario general del PSE, una figura que en la actual sociedad mediática de consumo rápido facilita la identificación con la marca, aunque sea política.

Frente a esta desventaja, un grupo de 21 personas, la mayoría de las cuales llegan sin los resabios de la profesionalización política, ofrece un mar de posibilidades dentro de las limitaciones que tiene la propia Cámara autonómica. Además -y esto conviene subrayarlo- en el día a día de su actividad, no solo en las actuaciones públicas sino también de puertas adentro, los parlamentarios y asesores de EH Bildu piensan y actúan como miembros de la coalición y no como representantes de sus partidos componentes.

El PSE, en adaptación

El PSE sufrió hace un año un tremendo varapalo electoral. En su paso por Ajuria Enea de la mano del PP perdió nada menos que un tercio de su electorado. De gobernar la CAV -aunque fuera valiéndose de un Parlamento trampeado- pasó a ser la tercera fuerza, con 16 escaños y 212.809 votos.

Tras un periodo de oposición sin concesiones a Iñigo Urkullu, pero privado como estaba de poder institucional, el PSE ha acabado pactando con el PNV. La letra del acuerdo se parece mucho a lo que estaba reivindicando el partido de Patxi López, pero a la hora de actuar ya se ha visto, por ejemplo en el terreno fiscal, que los detalles los ha acabado cerrando la derecha mano a mano entre el diputado foral de Hacienda de Araba, del PP, y el de Bizkaia, del PNV.

Tras el pacto, el PSE se va a ver ahora en el muchas veces desconcertante ejercicio de adaptar su discurso de hace unos meses a la realidad de apoyar los presupuestos del Gobierno del PNV, que, con toda probabilidad, no serán muy diferentes del proyecto que tanto criticó y enmendó a la totalidad en abril.

Además, ese periodo de adaptación puede verse alterado por la posibilidad, que algunos dan como cierta, de que el PSOE elija para dirigir su futuro a Patxi López, que nunca ha ganado unas elecciones y que cuando gobernó perdió, como se ha dicho, a la tercera parte de su electorado. Esto obligaría a renovar el liderazgo en el PSE, con todo lo que ello supone de intrigas internas y pugnas por el poder.

El PP, desconcertado

Gobernando con mayoría absoluta en el Estado español, el PP obtuvo los peores resultados de las cuatro elecciones autonómicas habidas este siglo: 130.584 votos y apenas 10 escaños. Así que Antonio Basagoiti decidió quitarse de en medio y marcharse a México, a seguir la tradición bancaria familiar, aunque todavía como directivo. En su puesto dejó a Arantxa Quiroga, para quien ató el apoyo de la dirección, que todavía no se ha visto refrendado por las bases del partido.

Los intentos de la nueva generación de dirigentes por anclar más la estrategia del partido a la realidad de la CAV y al nuevo tiempo político se ven obstaculizados por la práctica del Gobierno español y las órdenes que emanan de la sede central de Madrid.

Además, esta misma semana se ha visto cómo el sector más ultra del partido -nucleado en torno a la ex María San Gil, el retirado en el Parlamento Europeo Carlos Iturgaiz y el delegado del Gobierno español que parece morder la mano de quien le nombró, Carlos Urquijo- cuestiona en público, por meliflua, la estrategia de la dirección autonómica.

Con el pacto PNV-PSE, el PP corre peligro de quedar convertido en irrelevante en el ámbito institucional en cuanto pierda la Diputación de Araba y el Ayuntamiento de Gasteiz tras las próximas elecciones. Por eso ha corrido a firmar un acuerdo fiscal que hace una semanas detestaba y que con los pequeños cambios introducidos no altera sustancialmente.

UPyD, desbancado

El confederalismo foral que tanto detesta UPyD y que refleja la ley electoral autonómica permitió a Gorka Maneiro ser diputado con 21.539 votos (le valieron solo los 5.453 de Araba), mientras que IU, con 30.318, se quedó fuera. Ese escaño ha resultado hasta la fecha más o menos decisivo para decantar hacia un lado u otro los empates que se daban entre los 37 de PNV y PP, y los 37 de EH Bildu y PSE. En todo caso, se trataba de un voto cautivo de sí mismo, al negarse a apoyar nada que lleve la firma de la izquierda abertzale.

Sin embargo, Maneiro será otra de las víctimas del inminentes arranque de la nueva legislatura, toda vez que el pacto PNV-PSE hace todavía más irrelevante su escaño.

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