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Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

El aborto en Latinoamérica y el «homo sovieticus»

Ha advertido el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, que los que desde su movimiento defienden la despenalización del aborto deberán pasar por encima de su cadáver político.

La amenaza no es baladí, viniendo como viene del carismático prócer de la «Revolución Ciudadana» que ha devuelto la dignidad a Ecuador y que se perfila, sobre todo tras la temprana muerte de Hugo Chávez, como el líder del movimiento bolivariano.

Sorprenden las escasas críticas que ha cosechado el exabrupto de Correa entre los guardianes europeos de las esencias del socialismo. Más si tenemos en cuenta que llueve sobre mojado. Todavía está reciente el caso de la joven salvadoreña Beatriz, a la que un Gobierno en manos del FMLN mantuvo durante meses sin interrumpir un embarazo que era inviable tanto para la bebé como para ella misma. Ahí está la Nicaragua sandinista y profundamente católica de Ortega y los pajaritos que cantan mensajes de Chávez desde el cielo a su sucesor en la presidencia, Nicolás Maduro.

Sorprenden, sí, pero a la vez alivian. Porque muestran que todavía hay capacidad para, sin olvidar los objetivos, comprender la complejidad de sociedades que, como la latinoamericana, están desbrozando un camino, no exento de contradicciones, y cuya estación de paso pasa por la recuperación de la soberanía y de la dignidad de sus pueblos. Y no caen en la tentación-trampa de quemar etapas para llegar, agotados, a un socialismo de cartón-piedra.

Bastaría, salvadas las distancias, con aplicar parecida prevención a situaciones como las que se han vivido y viven en muchos países musulmanes para poder ver con otros ojos escenarios como los de las revueltas árabes, en las que el factor religioso juega un papel a veces central pero que no invalida, a priori, la justicia de sus demandas (es el caso de Egipto).

Porque, no nos engañemos, la cuestión es otra. La izquierda esperó durante 70 años al nuevo «homo sovieticus» y se encontró con un espantapájaros. Y mientras tanto, como diría Lenin, ¿qué hacer?

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