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Raimundo Fitero

Manuales

 

Mano a mano. Así iban los sobres: de la mano de Bárcenas a la de Cospedal. Lo hemos visto en directo, en uno de esos momentos televisivos interactivos que después hacen historia: un cara a cara en los juzgados, pero con uno de los querellados interviniendo por televisión de plasma, desde el talego. Una imagen de marca mariana. Todo muy del guionista Emilio Botín, el que dice que entra dinero por todas partes. Pero son pruebas fehacientes de que la banda organizada tiene padrinos. Un careo que solamente ha servido para que Cospedal deba clavarse la peineta un poco más porque ha echado un poco más de mierda sobre su liderazgo y ha dejado a Eso, al que dice ser presidente del gobierno del reino de España, más desamparado ante la historia.

Pero si estas imágenes repetidas en todos los canales sobre el viaje de los sobres entre los chicos de la banda sirven para preparar más de una trama de serie de mafiosos, la vuelta de Belén Esteban al «Sálvame Deluxe» nos depara otro tipo de explicación de las tramas existentes en el menudeo de la distribución de estupefacientes en ambientes televisivos. Probablemente se pueda escribir un manual donde se explique la fórmula de pagar las deudas al «camello» a base de sentarse en un programa televisivo confesando una adicción, cobrar una buena cifra por ello y con el resto de dinero seguir consumiendo. No se crean que no sería útil. Hay mucha gente muy agobiada por las deudas con sus diversos servidores de productos que alteran la conciencia y la visión del mundo y de la vida.

Belén Esteban está hinchada, su imagen es de derrumbe y reconstrucción urgente, sigue callando y diciendo lo que le pasa por su diadema de princesa de barrio y logra unas audiencias extraordinarias. O sea, sigue siendo material adictivo de consumo televisivo para clases medias y populares. Ella confiesa el consumo de estupefacientes, ella se absuelve, Vasile paga, los chicos y chicas del coro de salvados y salvadores siguen el guión y después todos van a celebrarlo con mucha alegría. Que no falte de nada. Y ahí, por lo visto, por tantas confesiones seguidas sobre el asunto, nunca ha faltado de nada. Y que no falte.