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Daniel Raventós Profesor, miembro de «sinpermiso», presidente de la Red Renta Básica y miembro de ATTAC

Constituciones y martillos de brujas

Declaraciones y actuaciones de los partidos que han gobernado el Reino de España en las últimas décadas, PP y PSOE, aportan muchísimo combustible a la caldera del derecho a decidir. Y a la independencia. Que va creciendo

Por su masividad y persistencia, las movilizaciones que está viviendo Cataluña en los últimos años a favor del derecho a decidir, especialmente a partir de la manifestación del 10 de julio de 2010 y con un hito especial el pasado 11 de septiembre, tiene pocos precedentes. En el presente cuesta encontrar algo que se le parezca en algún otro lugar y por ello esta realidad política ha impresionado al mundo. Masividad y persistencia son un hecho, o más de uno, que puede gustar o puede enojar. Pero es un hecho y, como se decía en un artículo que firmé con Antoni Domènech y Gustavo Buster, quien lo niegue «necesita urgentemente un oculista o un otorrino, tal vez un psiquiatra».

Algunos de los más interesantes factores a tener muy presentes en la actual situación catalana son los siguientes:

El régimen político de 1978 de la Segunda Restauración borbónica está en plena crisis, régimen que para Xosé Manuel Beiras «está ahora dando las bo- queadas», como dijo en su intervención en el debate de la nación gallega de la semana pasada. Una de las razones prin- cipales de esta crisis es por la situación existente en Cataluña. Como es de todos conocido, esta restauración tuvo como uno de sus principales columnas la negación del derecho a la autodeterminación, que había sido aceptado anteriormente por el PSOE y el PCE-PSUC. Personajes que hoy hablan de la imposibilidad del derecho a decidir de Cataluña defendían durante el franquismo el derecho a la autodeterminación. Es trágico que el proceso iniciado en Cataluña no sea percibido como un factor central de crisis del régimen borbónico por algunos que se declaran republicanos en el resto del Reino de España. No puede concebirse una ruptura catalana, que incluye pero no se circunscribe a la independencia, sin la perdición que acompañaría al régimen de la Segunda Restauración borbónica. Fuera de Cataluña, las organizaciones gallegas de Anova y BNG, la vasca de Bildu, la balear de ICV y de otras, la valenciana de Compromís, son una excepción, sí.

En Cataluña proclamarse independentista no significa necesariamente ser na- cionalista, y proclamarse nacionalista no equivale necesariamente a ser partidario de la independencia. Pero qué más da para muchos escribidores. Hay que mezclarlo todo a beneficio de la cruzada contra los «mesiánicos localismos identitarios». Y, por supuesto, muchos de los que declaran enardecidamente su vocación de «supresión de fronteras» o de amantes del «internacionalismo», son tan nacionalistas, aunque quizás sería más propio calificarlos de unionistas o de granespañolistas, como el que más si bien es fácil adivinar en este caso que de otra nación que la catalana. Porque para algunos poco amigos de mirar las cosas con voluntad de entenderlas, parece ser que nacionalistas solamente los hay en lugares como, dentro del Reino de España, Cataluña, el País Vasco y Galicia. No en España.

En determinada izquierda se ha evidenciado lo que podía entreverse con ante- rioridad, pero que aún no había tenido una oportunidad tan magnífica para expresarse. Ahora sí. Se trata de una izquierda que formalmente defiende un derecho, el de autodeterminación (o a decidir, para entendernos), para el que siempre, absolutamente siempre hay motivos para decretar que «no es el momento de ejercerlo». Esta izquierda tiene un problema grande de disonancia cognitiva. La tensión entre estas dos cogniciones (la creencia de que debe defenderse el derecho a la autodeterminación y la creencia simultánea de que jamás se debe ejercer) les lleva a reducir la disonancia de la peor manera: haciendo cuadrar el análisis (sic) de la realidad para que se vea normal que el derecho a la autodeterminación no se debe ejercer porque, o bien interesa a la gran burguesía catalana, o bien divide a la clase obrera, o bien impide la solidaridad entre los trabajadores, o bien es hegemonizado por las posiciones independentistas, o bien va en contra de los intereses del so- cialismo (algo esto último un poco críptico que siempre sirve para un roto y para un descosido). Aunque sea partidaria del derecho a decidir unas tres cuartas partes de la población. Afortunadamente, esta izquierda es grotescamente anecdótica en Cataluña. No tanto en el resto del Reino de España.

Los partidos políticos que han gobernado el Reino de España en las últimas décadas, PP y PSOE, han reaccionado como cabía esperar de unos firmes partidarios de una Constitución que dicta en su artículo 8: «Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». La Constitución se esgrime como una especie de Malleus Maleficarum contra la bruja que, exigiendo el derecho a decidir, pone en cuestión a esa Constitución y al régimen que la hizo posible. Pero incluso dando por supuesto que su vehemente pretensión es que Cataluña siga formando parte del Reino de España aunque sea contra la voluntad de la mayoría que vive en aquella nación, debe decirse que lo están haciendo muy torpemente. Declaraciones y actuaciones, sobre todo actuaciones, de dirigentes de ambos partidos (cuyas supuestas diferencias ya empiezan a ser imperceptibles no para personas más o menos ra- dicalizadas sino para los ciudadanos y ciudadanas normalmente constituidos), aportan muchísimo combustible constantemente a la caldera del derecho a decidir. Y a la independencia. Que va creciendo.

También se ha hecho evidente hasta para el más despistado, que también los hay, de lo que hoy representa este partido llamado Ciudadanos. Que el PP de Cataluña es granespañolista o unionista pocos lo pueden poner en duda. Pero no ocurre lo mismo con Ciudadanos, que aparece para algunos distraídos como algo muy distinto, algo así como alejado del nacionalismo. Algo más «moderno» y «fresco», por decirlo en lenguaje lelo. El 12 de Octubre, día de la Hispanidad, allá estaban juntos contra el derecho a decidir del pueblo de Cataluña. Este partido está explotando a fondo las posibilidades que la crisis del PSC le puede ofrecer electoralmente. Y lo está haciendo sin el menor escrúpulo, blandiendo el Malleus-Constitución (el día de ídem, el 6 de diciembre, ya anuncian que van a volver a manifestarse juntos PP-Ciudadanos) contra cualquiera que ose defender algo que cada vez está más extendido, que el texto constitucional goza de cada vez menos legitimidad para un creciente número de ciudadanos y ciudadanas catalanes. Su reciente actuación ha servido al menos para que algunos que tocan el violón dejen de tocarlo. En situaciones sociales conflictivas los campos se delimitan más claramente.

Cuando un movimiento como el que se ha desatado en Cataluña en los últimos años es tan masivo, forma parte de la normalidad que esté compuesto por clases sociales muy distintas y por muy diversas opciones políticas. No es homogeneidad lo que puede esperarse de unas movilizaciones por el derecho a decidir que están apoyadas por el 70 u 80% de la población, según distintas encuestas. En este 70-80% hay independentistas y no independentistas. Además, entre los primeros, como entre los segundos, pueden encontrarse posiciones claramente xenófobas, otras de derechas, otras de izquierdas y aún otras de izquierda extrema. El mismo Gobierno catalán es un campeón de las medidas de política económica que atacan las condiciones de vida de la mayoría de la población no estrictamente rica. No hay diferencias substanciales en eso con el PP del Gobierno del Reino de España. No es infrecuente observar como, para corroborar algunos análisis (sic), se toma la parte por el todo y así, si interesa mostrar por parte de alguien políticamente derechista lo poco conveniente que es el independentismo catalán, se destacan los elementos más izquierdistas del independentismo, si es alguien de la izquierda grotesca o de la izquierda más unionista, se trata entonces de magnificar los aspectos más derechistas e incluso xenófobos del independentismo. Así hasta (casi) el infinito. Si esta oleada autodeterminista abarca el 70 o el 80% de la población, muy por encima del apoyo que pueda tener cualquier partido, las composiciones sociales por clases, las políticas, las filosóficas, las estéticas y las futbolísticas (aunque es este último caso menos por razones obvias) tienen que ser a la fuerza muy diversas.

Multitud de catástrofes se vaticinan para la población que vive y trabaja (si puede) en Cataluña en el caso de que acabara decidiendo independizarse. Que si la UE la expulsaría de su seno, que si las empresas emigrarían, que si la miseria y el desastre inundarían esta tierra, que si una fractura de varias décadas, y un largo «que si». Con alguna rara excepción, poco más que literatura irrelevante.

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