CRíTICA teatro
Cruce de estilos
Carlos GIL
El texto nos procura una narración que se balancea entre un realismo sucio y una mirada cínica a lo cotidiano desde un monólogo dicho en tono menor, aunque vaya dibujando una realidad existente, en ocasiones costumbrista, un viaje de dos amigas de vacaciones hacia un lugar de la playa. Esta textualidad que parece mantener una autonomía estética, que se verbaliza desde una actitud interpretativa casi neutra, y que mantiene una voluntad clara de narración, se encuentra o choca, o se retroalimenta por elementos físicos, por ilustraciones, por una manera de amontonar significantes que en vez de aclarar, nos sugiere una mayor dispersión de objetivos estéticos.
Si nos atenemos a la puesta en escena básica, un espacio en blanco, una iluminación por secciones o por calorías y ambientes cromáticos, se mantiene un estilo, una postura que podemos considerar como coherente, pero de repente, esos movimientos de los figurantes, esas parodias, esas fiestas casi de instituto nos provocan un calambre, un cortocircuito, como si en esta fricción se desdibujara todo lo construido con una buena escritura literaria, con unos imágenes de la narración que se convierten en bufas en el escenario.
Nada sucede casualmente, es una decisión de la dirección, se trata de una opción dramatúrgica que seguramente busca esa ruptura para abrir otras posibilidades de comunicación con los públicos, como si fuera consciente que la narración simple puede parecer demasiado naturalista y que estos adhesivos más aparentemente descabellados, juveniles, burlescos, nos coloca en otra interpretación de lo que se nos cuenta. No deja indiferente. Tiene material suficiente para interesar. Esta verbena de estilos, colores y actitudes divierte. Como mínimo. Y parece conectar con públicos jóvenes. Una vía de futuro.