El que ordenó la semana pasada lanzar el drone que mató al líder de los talibanes paquistaníes Hakimulah Messud sabía perfectamente que abortaba el inminente proceso de diálogo de este movimiento con el Gobierno paquistaní. Humillados, los estudiantes del islam al otro lado de la Línea Durand acaban de nombrar como sucesor a Mawlana Fazhullah, quien, como buen converso y ni siquiera oriundo de las zonas tribales pastunes, se opone a todo diálogo con nadie que no sea Alá.

Obama lo sabía, y de primera mano. No en vano recibió días antes en la Casa Blanca al nuevo primer ministro paquistaní, Nawaz Sharif, quien venció precisamente tras hacer campaña por el diálogo y contra la injerencia estadounidense en el país. Por saber, Sharif, o cuando menos los todopoderosos servicios secretos paquistaníes (el ISI), conocerían las coordenadas exactas para ubicar a Messud.

Quien también sabía del paradero hasta ahora de su sucesor, en el este de Afganistán (en el lado occidental de la misma Línea Durand), era sin duda, el Gobierno de Kabul. Y si lo sabía el despistado presidente Hamid Karzai sería de oídas o directamente por boca del Pentágono.

Quien sabe perfectamente que un Pakistán ahogado en sangre conviene a sus intereses geoestratégicos es India, que ve así aliviada la presión en su flanco más vulnerable (y que incluye a la irredenta Cachemira ocupada).

Todos lo saben todo. India, Karzai, Pakistán y Obama. Lo que intuimos el resto es que el drama de los atentados, las ofensivas militares y los ataques con drones se agudizará. A mulah muerto mulah puesto. Hasta la próxima.

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