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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-03-08
Dia internacional de la mujer
Las mujeres vascas cubren el déficit del sistema socio-sanitario público
·La mayoría de las personas con dependencia están al cuidado de una mujer

Muchas de ellas dentro del ámbito familiar, sin remuneración alguna; otras muchas como trabajadoras sociales, con contratos precarios. Son las mujeres las que se hacen cargo de los cuidados que requieren las personas dependientes en Euskal Herria. Por ello, durante este Día Internacional de la Mujer, el carácter reivindicativo de las movilizaciones se centrará, en gran medida, en reclamar la igualdad en el ámbito del cuidado de quienes no pueden valerse por sí mismos.

Una persona dependiente es aquella que necesita ayuda para realizar las actividades básicas cotidianas, como levantarse de la cama, asearse o comer; o la que simplemente necesita que alguien le acompañe a su puesto de trabajo. No obstante, datos recientes revelan que dos de cada tres personas con dependencia carecen de servicios de atención en el ámbito socio-sanitario público, lo que deriva en que sea la familia y el entorno cercano los que se encarguen de estos cuidados. El 77% de las personas dependientes recibe el cuidado de algún familiar, y de los familiares que cuidan, el 83% es mujer.

Cuidado y mujer son dos términos que están y han estado históricamente unidos a la fuerza. De entre las mujeres que cuidan, un 43% son hijas; un 22%, esposas y un 7,5%, nueras. La edad media de las personas cuidadoras es de 52 años y la mayoría está casada. Además, en el 80% de los casos quien cuida no tiene una ocupación remunerada.

La reivindicación de un sistema público de atención a las personas dependientes centra este 8 de Marzo, reivindicación que es todo un clásico para el movimiento feminista. El reconocimiento y el reparto del trabajo del cuidado es una demanda que ha estado muy presente en el feminismo, y esta exigencia ya centró el 8 de marzo de 1993. Ahora vuelve al primer plano de la actualidad, ya que el Consejo de Ministros español aprobó en diciembre un anteproyecto de la llamada Ley de Dependencia y se prevé que la norma entre en vigor en 2007.

La ley contempla crear un “Sistema Nacional de Dependencia”, constituido por una red de servicios públicos, privados y concertados. Se prevé también el copago de los beneficiarios según su renta y patrimonio y la suscripción de un seguro privado de dependencia permitirá desgravación fiscal. El proyecto, que está centrado en las personas mayores de 3 años y en situaciones de dependencia moderadas o graves, reconoce el derecho a recibir cuidados como un derecho público y universal.

La norma fijará un único baremo para todo el Estado español para clasificar la dependencia en tres grados: dependencia moderada, cuando se necesita ayuda al menos una vez al día; dependencia severa, cuando se requiere ayuda varias veces al día, y dependencia grave, cuando se precisa la presencia continua de una persona cuidadora. En el programa de prestaciones están previstas, además, la teleasistencia, los centros de día y las residencias.

La ley también prevé un conjunto de prestaciones económicas. Estas ayudas estarán dirigidas en primer lugar a la contratación del servicio; en segundo, a la compensación económica por cuidados en el entorno familiar; y por último, a la prestación de asistencia personalizada.

Uno de los puntos principales de la normativa concreta que las personas cuidadoras en el ámbito familiar, que en su gran mayoría son mujeres no insertas en el ámbito laboral, podrán darse de alta en la Seguridad Social.

El movimiento feminista y sindical vasco está siguiendo de cerca la Ley de Dependencia, sobre todo porque ha puesto encima de la mesa un tema histórico para el feminismo y de gran relevancia para la lucha por la igualdad. Los números reflejan a la clara que las labores de cuidado fuera del ámbito socio-sanitario recaen en la mayoría de los casos en manos de mujeres.

El punto de partida del problema es que los servicios públicos que se ofertan son totalmente insuficientes, al igual que la inversión económica que destinan las instituciones a este fin. Por ejemplo, del total de la atención en salud, sólo el 20-25% está llevado a cabo por profesionales. Las familias y las redes sociales se encargan del 75-80% de la atención. Estas labores suponen al año más de 276 jornadas laborales de ocho horas y tendrían un coste de cerca de 35.000 euros.

En cuanto al cuidado de los menores de 0 a 3 años ­sector que la ley no toma en cuenta­, los centros públicos sólo ofertan plazas para el 8%. En Suedia este porcentaje alcanza el 40%, y en Dinamarca, el 44%.

Más de lo mismo pasa con las personas mayores. La tasa de cobertura de la atención domiciliaria, por ejemplo, cubre únicamente las necesidades del 8% de las personas mayores de 65 años. Además, las listas de espera son interminables. En Basauri, por ejemplo, 500 personas esperan para recibir este tipo de atención.

En Ipar Euskal Herria el panorama es parecido, ya que los servicios públicos no cubren las necesidades reales. Los grados de dependencia que el Gobierno francés concreta como susceptibles de recibir ayudas son severos o graves, y no contempla ningún apoyo para una persona que, por ejemplo, necesita ayuda para el aseo personal, para preparar las comidas o para limpiar la casa.

No obstante, actualmente no existe un diagnóstico real, eficaz y actualizado de la situación, ya que no se realiza una evaluación de los cuidados que se realizan gratuitamente en el entorno de la familia. Además, el componente afectivo y su elevado contenido moral dificultan la catalogación de estos cuidados como trabajo, según recalca un informe realizado por la Plataforma por un Sistema Público Vasco de Atención a la Dependencia, que agrupa a parte importante del movimiento feminista y sindical de Euskal Herria.

Feminización

La feminización de este tipo de labor es una realidad latente. La mujer dedica muchas más horas que el hombre a estas labores no remuneradas: 307 horas la mujer y 192 el hombre. No obstante, los hombres destinan un 73% de esas horas al autocuidado, mientras que el 75% del tiempo de las mujeres se proyecta en los demás. La unión entre mujer, cuidado y familia es consecuencia directa de la división sexual del trabajo, según la lectura histórica del feminismo.

No obstante, los importantes cambios que se han dado en la situación social, sanitaria y política han dejado al descubierto las graves carencias en este ámbito. La población mayor de 65 años ha aumentado de manera importante y seguirá aumentando. Además, la inserción de la mujer en el mercado laboral y las transformaciones en las formas de convivencia han desintegrado estructuras de cuidado predomi- nantes durante décadas. Ahora no siempre hay en casa una mujer que se ocupe de todo. ¿Y quién se ocupará ahora de todas esas labores que son invisibles hasta que falta quien las hace? El debate está servido, y no es casualidad que la Ley de Dependencia se ponga encima de la mesa ahora. -



«Se nos considera un colectivo de mujeres que hacemos el trabajo de otra mujer»

DONOSTIA

No todas las mujeres cuidan. En función del poder económico, hay familias que delegan esas labores de cuidado, que normalmente recaen en otras mujeres que sufren, además, situaciones laborales pésimas.

Según un estudio de Emakunde, el 67% de las trabajadoras de hogar que deberían estar dadas de alta en la Seguridad Social por sus empleadores trabajan sin que se cumpla ese requisito. La situación de las llamadas trabajadoras internas es, además, especialmente grave. Según el citado informe, el 86% trabaja más de diez horas diarias; el 62% alarga la jornada el fin de semana; el 30% tiene menos de ocho horas entre jornadas; el 55% no puede salir de casa si no es su día libre, y del restante, el 59% sólo puede salir entre una y dos horas y media. En cuanto al salario, lo estipulado por la ley contempla un salario mensual de 540 euros por jornadas de 40 horas semanales, y la trabajadora debe descontar 22,60 euros para pagar su parte de la Seguridad Social.

Son sólo algunos datos que reflejan una situación que viene denunciado desde noviembre de 2005 la Asociación de Trabajadoras de Hogar-ELE de Bizkaia con su campaña “Trabajadoras de hogar y no esclavas”. Pilar Gil, miembro de la citada asociación, no tiene puesta ninguna esperanza en la Ley de Dependencia del Estado español. «Tenemos mucho miedo con la Ley de Dependencia. Vemos que esas labores se van a seguir haciendo dentro del hogar, porque no se contempla crear centros e incluir estas labores de cuidado en el mercado laboral. Además, la ley contempla dotaciones económicas para contratar a alguien o para un familiar. Pero no se habla de cómo se va a controlar ese dinero, no se habla en qué condiciones, no se habla cómo se van a controlar las jornadas laborales, los descansos...». Gil teme que la situación no va a cambiar en nada, porque la ley «no aclara nada».

«Azkarraga dice que va a pagar la Seguridad Social a las mujeres que se dedican a estas labores. Vemos preocupadas que se está perpetuando la situación; los trabajos de cuidado seguirán a cargo de una mujer y siempre en casa. Nos da muchísimo miedo, porque sobre todo ese trabajo lo están haciendo las personas inmigrantes», añade Pilar Gil.

El problema radica, según tiene claro Gil, en que «somos un colectivo de mujeres que se considera que vamos a hacer el trabajo de una mujer». Opina en este sentido que si fueran hombres los que realizaran estas labores, la situación laboral no sería tan precaria.

«Para cambiar nuestra situación la sociedad tendría que valorar el trabajo que se hace dentro de las casas; y eso se hace pagándolo. Pero como el que hace la ley también tiene trabajadora de hogar, nadie tiene interés en que esto cambie». La manera en que está estructurado el trabajo de hogar tampoco ayuda. «No hay gente sindicada, no puede haber delegados, cada trabajadora está aislada en un hogar... la manera en que estamos estructuradas dificulta que unamos fuerzas».

La Asociación de Trabajadoras de Hogar tiene por fin unir fuerzas y reivindicar unas condiciones más justas para el sector, exigencia que, en opinión de Gil, la sociedad también tendría que hacer suya.



«El sentimiento de culpa impera tanto en las que cuidan como en las que optan por no hacerlo»
María José CAPELLIN | Antropóloga. Directora de la Escuela de Trabajo Social de Gijón

Hay mujeres que dedican su vida a cuidar a los demás. Ante esto, María José Capellín asegura que es preciso huir de la cultura del cuidado «pero sin mitificar la autosuficiencia, porque todos tenemos derecho a ser cuidados».

­El cuidado y la mujer, ¿Es una unión histórica?

El proceso de hominización ha tenido que ver con el hecho de que somos los antropoides que más interactuamos y más cuidados damos a nuestras crías y a la población adulta. A partir del Neolítico, empieza a haber un sistema de distribución del trabajo, en el que los varones se dedican a hacer las tareas que están más alejadas del hogar, mientras que las mujeres realizan las del hogar. Eso fue creando una tradición cultural que incrementó con los años. En la Industrialización hubo un momento en el que parecía que esto iba a cambiar, a consecuencia de la urbanización y al hecho de que tanto hombres como mujeres comenzasen a trabajar en las fábricas. Pero para dar respuesta al desequilibrio social derivado del hecho de que nadie se dedicaba a cuidar, se planteó un pacto por el cual el salario del varón tenía que ser suficiente para mantener a toda la familia. A partir de este momento se dio una distribución del trabajo por el cual la mujer se quedaba en casa para la atención doméstica y el cuidado. Esto fue una trampa y lo eficiente hubiera sido que hombres y mujeres hubieran repartido ambas tareas.

­¿Esta trampa sigue vigente?

El problema actual es que existe una tradición cultural que está ahí, que nos pesa a todas, pero que afecta principalmente a la población de más de 45 años. Es a partir de esta edad cuando muchas mujeres deben comenzar a cuidar a los mayores y es precisamente este colectivo al que la cultura tradicional ha impuesto que son ellas las que tienen que cuidar. Esta tradición supone una ventaja enorme para nuestra sociedad, en la que el estado de bienestar no se ha desarrollado.

­¿Y hay visos de solución?

Hoy en día se nos está transmitiendo la idea de que las mujeres estamos dejando de cuidar y que el problema social se genera, por así decirlo, por un cierto egoísmo de las mujeres. Lo cierto es que nunca en la historia se ha cuidado tanto como en la actualidad. Por un lado, porque los avances médicos permiten hoy alargar más la vida; y, por otro, porque el modelo familiar ha cambiado. Antes eran también las mujeres las que cuidaban, pero lo hacían colectivamente. Hoy el volumen de la familia ha disminuido y la comunidad prácticamente ha desaparecido y, por ello, se dan casos tan dramáticos como las de personas mayores y enfermas que tienen que vivir solas. Además, tenemos mujeres que dedican 14 horas de su vida todos los días del año a cuidar.

­¿Cómo se ve mermada su vida?

Les afecta extraordinariamente. Por ello, es importante transmitir a la población que ser cuidado es un derecho subjetivo. Pero cuidar a otro no es una obligación personal, es una obligación colectiva. Es un principio absoluto de moral que la vida de unos no puede ser un medio para la vida de otros. Ese cuidado se lo atribuyen a las mujeres y, sobre todo, a las mujeres que son más vulnerables a caer en esa trampa de la obligación de cuidar. Hay que matizar y decir que hay que huir de esa cultura del cuidado que castiga a millones de mujeres, pero es cierto que con ello no debemos caer en la cultura de la autosuficiencia y mitificarla.

­¿Se sigue hablando de la mala madre, la mala esposa...?

El sentimiento de culpa está muy presente en las mujeres tanto cuando cuidan como cuando optan por no hacerlo. Las mujeres que ingresan a las personas dependientes de su entorno se sienten culpables. Pero las personas que cuidan se sienten culpables de su frustración. Sienten que se librarán de su situación cuando esta persona fallezca y se dan cuenta de que están poniendo la fecha de su libertad en la muerte de la otra persona. Eso les produce un sentimiento de culpa terriblemente destructivo. Por ello, casi todas las personas cuidadoras en medio o al final del proceso desarrollan enfermedades mentales, tales como depresiones o ansiedad. El modelo actual es contradictorio. Estamos obligadas a lograr éxito profesional, pero al mismo tiempo hemos sido socializadas para ser unas buenas madres, buenas esposas... Estas tareas se enfrentan.

­¿Qué sucederá con las próximas generaciones?

No se sabe cómo vivirán ese sentimiento de culpa. La realidad es que las chicas jóvenes que tienen niños con discapacidades siguen renunciando a su vida para cuidarlos. Todas las chicas jóvenes se dan cuenta de la contradicción del sistema cuando tienen un niño y cuando lo dejan por primera vez para ir a trabajar y lo hacen angustiadas. Eso no les pasa a los hombres porque han sido educados para trabajar y traer el dinero a casa para mantener a la familia. Lo cierto es que a cada vez más mujeres les cuesta menos dejar a sus criaturas en las guarderías y eso se ha producido gracias a que estos servicios son hoy en día más comunes.

­¿Cómo valora el anteproyecto de la Ley de Dependencia?

Me siento frustrada. Me parece un éxito enorme que al fin un gobierno se comprometa a cubrir este pilar del sistema de protección social. Ahora, una vez ganada esa batalla, cuando analizas la propuesta te das cuenta de que es muy poco ambiciosa y que deja en el aire muchas cuestiones, como es el tema económico. Además, la ley está demasiado centrada en el cuidado de los mayores y deja de lado a la infancia y a las personas discapacitadas de cualquier tipo. Y una de las razones por las que esto ocurre es que no hemos conseguido ser interlocutoras sociales en el proceso. No se ha hablado con las asociaciones de mujeres y, por ello, quedan muchas cosas en manos de las familias y, por consiguiente, en el de las mujeres.

­Pero además de medidas gubernamentales, habrá que concienciar a la sociedad.

La transformación de la cultura social lo tenemos que hacer la sociedad. Los gobiernos, los ayuntamientos... tienen que dar los recursos, pero, por otra parte, tiene que haber un esfuerzo enorme por parte de los movimientos sociales, de las asociaciones feministas, de las asociaciones de vecinos, de los sindicatos... Todo lo que se mueva tiene que integrarse en este debate.

­¿Cómo concienciar si la realidad no apoya el mensaje?

Es cierto, no se puede ir a donde una persona y decirle que tiene derecho a vivir su vida, a disfrutar de su tiempo libre... si verdaderamente siente que no puede. Resulta frívolo dar discursos de transformación cuando la realidad es otra. Es una tarea que hay que realizar con suavidad y reconociendo socialmente el trabajo que realizan las cuidadoras. En ello, también ayudarán las medidas que se pongan en marcha. -


 
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