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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006--05-08
Agustín Morán - Director del Centro Asesoría y Estudios Sociales
La tregua de ETA en el País Vasco de las maravillas

Tras el alto el fuego permanente y la posibilidad de una eventual disolución de ETA, algunos comentaristas «de buena familia» auguran una nueva época de libertad y seguridad. También desde la izquierda hay quien opina que los movimientos sociales vascos, hasta ahora «entre la espada del Estado y la pared de ETA», parecen tener asegurado un brillante porvenir. En esta clave optimista coinciden con la gente de orden, ex comunistas radicales, parlamentarios anarcosindicalistas del Partido Socialista de Euskadi y posmodernos varios.

De estos discursos podría deducirse que la única coacción que soporta la ciudadanía vasca es la de ETA. Acabada ETA, desaparece el principal obstáculo para una convivencia ordenada y democrática.

Sin embargo, con ETA no desaparecerán de Euskadi la precariedad laboral, los abusos patronales y la carestía de la vivienda. Tampoco la libertad de movimientos del capital, que disuelve de hecho la soberanía de las instituciones más o menos democráticas, sean españolas o vascas. No se interrumpirá la creciente entrega a «los mercados» del derecho a un empleo digno, a la salud, a la vivienda y a la jubilación. Con la desaparición de «la pared» de ETA, la espada del mercado y del Estado no se desvanecerá. Incluso, está por ver si no se radicaliza.

Izquierda y nacionalismo

Ciertos intelectuales de izquierda, algunos de ellos ejercientes de «amenazados por ETA», se enfrentan valerosamente al particularismo de «la identidad nacionalista». Pero olvidan, quizá sin proponérselo, dos aspectos esenciales. Primero: en el caso de Euskadi, la identidad nacionalista consiste en algo más que discursos étnicos o reivindicación de derechos históricos. Dicha identidad es, sobre todo, la expresión de un movimiento popular cuyo objetivo fundamental es la autodeterminación frente al estado capitalista y monárquico que Franco dejó atado y bien atado con las cadenas los artículos 2 y 8 del Título Preliminar de la Constitución Española. Este movimiento social, político, cultural, obrero, feminista, internacionalista, electoral, soberanista y hasta ahora armado demuestra, con su mera existencia, la falta de libertades democráticas y de garantías jurídicas para quienes abandonan la «madurez» de las mayorías consumistas silenciosas y se internan en la inseguridad jurídica de una participación social verdadera. Segundo: en una sociedad desgarrada por el individualismo de mercado, apelar a cualquier norma universal como fundamento de la convivencia es pura palabrería. El universalismo de estos intelectuales cosmopolitas no existiría sin la guardia civil y la OTAN. El individualismo competitivo, fundamento del «nacionalismo del consumo» como identidad general, convierte a los banqueros y a sus políticos becarios en los máximos representantes de los valores universales.

En las sociedades de economía global, el orden democrático es sólo una tersa y brillante superficie monetarizada bajo la que se agita un desorden social sin expresión política. La causa de este ocultamiento reside en diversos factores interrelacionados: el silencio político de los excluidos, la disolución de la izquierda, la simulación de los medios de comunicación y la criminalización de cualquier movimiento popular que se rebele de hecho y no sólo de palabra.

La competitividad individualista, implantada en lo más íntimo de las relaciones sociales y del imaginario de las personas, es una forma de violencia caracterizada por la irracionalidad y el autismo de los contendientes. La ausencia de cualquier objetivo que no sea el beneficio inmediato y la indiferencia ante su propia destrucción, reciben el nombre de «madurez democrática».

Estos valores identitarios propician la desintegración social y una guerra civil molecular de todos contra todos en la que la única universalidad consiste en la forma mercancía y en el estado que vela por su continuidad. La propuesta ­compartida por la derecha y la izquierda­ de que la economía es mejor para la sociedad que la política, pone la competitividad en el puesto de mando. A partir de aquí la legitimación de cualquier identidad depende de su poder y no de su racionalidad.

Izquierda y democracia Siendo la crisis de legitimidad más grave que nunca, la unidad de la izquierda y la derecha mantiene el simulacro de una democracia pacífica. La complicidad de la izquierda explica que, en un océano de precariedad, ilegalidad y coacción, no esté en crisis la democra- cia de mercado, sino la posibilidad de un movimiento popular verdaderamente transformador.

El fascismo es la respuesta del capitalismo ante la emergencia democrática de las clases populares. El origen de nuestra monarquía parlamentaria es, precisamente, un régimen fascista alzado en armas contra la 2ª República y responsable de aniquilar una generación de obreros, mujeres, campesinos e intelectuales que intentaron construir una democracia verdadera.

La economía global no necesita al fascismo porque, al no existir una izquierda real, consigue sus objetivos desde una democracia formal, otorgada, contemplativa y ­si es necesario­ fácilmente reversible. Sin embargo, la memoria histórica de la derecha española, fundida con la victoria militar y la represión contra las clases populares, se agita ante cualquier cambio de la Constitución que, desde hace 28 años, mantiene el franquismo con respiración asistida.

Esto explica que, por más que demuestre su lealtad a la monarquía constitucional, la izquierda no consigue aplacar la querencia golpista de la derecha española. Ante tímidos cambios democráticos que no ponen en tela de juicio ni un átomo de capitalismo, las instituciones del régimen monárquico recuerdan la «obediencia debida» a una constitución inalterable, so pena de males mayores.

Para la izquierda capitalista, como para la derecha, lo natural y lo racional es que la economía sea el principio ordenador de las relaciones sociales. La racionalidad de las democracias de mercado se basa en la calculabilidad de la fuerza de trabajo. Si los y las trabajadoras y las mujeres que cuidan, aceptaran comportarse como mercancías, se cumplirían las leyes del mercado. Por el contrario, si los trabajadores, las mujeres y los consumidores no aceptaran que sus necesidades se expresen sólo a través de los precios en el mercado y exigieran cambios políticos para satisfacer dichas necesidades, la economía ya no sería calculable. En este caso, entraríamos en una etapa de gran inestabilidad porque en las democracias de mercado el orden y la estabilidad política dependen de la estabilidad monetaria y del crecimiento económico que son, a su vez, condiciones de la tasa de ganancia del capital.

Desde la transición política española, la identidad de la izquierda es la permanente adaptación y apaciguamiento ante esta amenaza. Al considerar el or- den parlamentario de mercado como un orden natural y democrático, cuyas consecuencias negativas inevitables, la izquierda se autodisuelve como algo cualitativamente distinto de la derecha.

Democracia de mercado y violencia

Después de la 2ª Guerra Mundial, la primera experiencia «democrática» neoliberal se produjo en Chile. Una vez eliminada cualquier resistencia con el golpe de Estado de Pinochet, patrocinado por EEUU, a partir de 1973 se pudieron fijar los salarios unilateralmente, privatizar y desmantelar las empresas públicas y las pensiones. Tal como demuestra la experiencia de Chile ­y la de España, tras la victoria de Franco en 1939­, cuando se destruyen los movimientos sociales, las personas reducidas a indi- viduos aislados, individualistas y sumisos, reciben el nombre de «ciudadanía madura». Es entonces cuando la economía de mercado, identificada con la democracia, se vuelve calculable y la política «científica» se despliega en un «país de las maravillas». Pero lo que se presenta como evolución pacífica y democrática de la sociedad sólo se explica por la violencia fundacional de la derrota popular, por la violencia ­material y simbólica­ cotidiana y por la represión de los sectores discrepantes.

En el Estado español hoy el conflicto parece no existir porque la precariedad y la exclusión se viven de manera indivualizada y carecen de expresión política. La violencia se sublima a través del dinero y de la forma precio en el mercado. La sociedad «democrática» es cada vez más violenta y conflictiva. Pero la naturaleza política de este conflicto se oculta tras una forma social, económica, penal, cultural o sicológica. La convivencia, basada en la desigualdad, la precariedad, el riesgo y el aumento de la diferencia, es violencia social en estado puro. La expresión no política de dicha violencia permite adjudicar el problema a la naturaleza de los individuos o a minorías refractarias antidemocráticas.

Algunos teóricos de la izquierda «progre» elaboran a veces diagnósticos aceptables sobre los problemas, pero no toleran que dichos diagnósticos se expresen de forma autónoma desde la autodeterminación popular, es decir, desde fuera y en contra de los conglomerados socialdemócratas para los que dichos intelectuales trabajan. Tras la destrucción del Movimiento contra la Europa del Capital, la Globalización y la Guerra por parte de la izquierda capitalista, los movimientos sociales, controlados uno a uno, tienen como referente político a un «movimiento alterglobalización» cuajado de profesores y burócratas meritorios del PSOE, además de algún que otro polizonte infiltrado. La identidad de esta élite «altermundialista» se expresa, tanto en el turismo de jornadas y foros globales, como en la producción de una lucha de frases plural y democrática tan separada de las luchas espontáneas y descentradas que expresan, cada día, los daños del capitalismo global como enfrentada a los movimientos populares que plantan cara al imperialismo y sus instituciones.

El mensaje de estos intelectuales demócratas considera inevitables el hambre, el desarraigo y las guerras que se derivan de la globalización económica. Al mostrar la democracia de mercado como resultado de una evolución pacífica y natural de la sociedad, hacen apología de la violencia del mercado y del Estado.

La oportunidad de la izquierda democrática vasca

No podemos afirmar que el poder constituyente del movimiento popular vasco por el derecho de autodeterminación haya mejorado la vida de las y los trabajadores y las mujeres vascas. Tampoco que hayan interrumpido el industrialismo productivista, consumista y depredador de la economía vasca. Pero sí podemos asegurar que la izquierda cómplice, política y sindical, además de apoyar y consentir la precarización, la privatización, la deslocalización y la contaminación, junto a la derecha, una vez desactivado el movimiento obrero y controlados los movimientos sociales en el Estado español, se ha en-frentado al movimiento popular vasco con todas sus fuerzas.

Ya hemos visto lo que han hecho en España, tanto la izquierda como sus intelectuales «universalistas» y «antiterroristas», frente a «la espada del estado y del mercado», sin estar comprimidos por «la pared de ETA». Vamos a ver ahora lo que hacen sus representantes y aliados, a favor de los movimientos sociales en un País Vasco «libre de la violencia de ETA».-
 
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