Al llegar a casa, Xuxú relató a Miren la conversación que había mantenido con Juanjosito. Las misteriosas andanzas de aquel joven en torno a la casa de Josefo no podían ser ajenas a los trágicos hechos ocurridos en Uriondo en las últimas semanas.

­Y, ¿vas a ir a las cinco de la mañana al kiosco de Juanjosito? Tú estás loco, Xuxú.

­Pues claro que voy a ir. No me dirás que te parece normal que ese tío ande suelto por ahí con un cuchillo jamonero escondido bajo la cazadora.

­Y a tí ¿quién te ha dicho que ese chico tiene un cuchillo o que esté implicado en todo este lío?

­Yo no sé si tiene un cuchillo o si no tiene cuchillo. Lo que sé es que vivía en casa de Josefo con el que mataron, que lo han detenido y que ahora merodea de noche por el pueblo. ¿Te parecen pocos motivos para preocuparse?

­Pues si crees que Jack El Destripador anda suelto en Uriondo, avisa a la Ertzaintza o, si no, a Sixto, el alguacil. ¿O es que quieres jugar a policías, a tu edad?

­Bueno. Esta discusión no tiene final, Miren. Yo voy a ir al kiosco y si veo algo, ya avisaré a la Policía. Además, se ha hecho tarde. ¿Vamos a la cama?

El tono empleado en la última frase y una sonrisa de aire pícaro dejaba a las claras las intenciones de Xuxú. El tono de la discusión había disgustado a Miren, pero la propuesta le hizo sonreír:

­Estás hecho un sátiro, Xuxú. A la vejez, viruelas.

­De vejez, nada, pichín. Cincuenta y dos años no es la vejez, sino una madurez muy activa.

­Y tanto que activa. El otro día, en la siesta... ¡menuda paliza!

­Y eso que no estaba en forma. Hoy estoy pletórico. Mira que nervioso se ha puesto éste.

Miren observó el bulto en el pantalón de Xuxú y se lanzó sobre él.

­Ya me encargaré yo de que se tranquilice.

La sesión de sexo duró hasta altas horas. Con el paso del tiempo la vida sexual de la pareja, lejos de amortiguarse, había crecido en conocimiento e intensidad. Como decía Xuxú al terminar cada asalto, ‘cada vez follamos mejor’.

A las cinco y media de la mañana, como cada día, Juanjosito encendió las luces del kiosco, abrió los paquetes con la prensa diaria y se dispuso a ordenar los montones de periódicos sobre el mostrador. Xuxú no daba señales de vida, haciendo honor a la fama de no acudir a las citas comprometidas.

Derrengado tras una maratón de sexo, Xuxú no tuvo tiempo de abrir los ojos antes de que Miren apagara el despertador que había empezado a sonar media hora antes y fueron las primeras luces del alba las que le despertaron.

­¡Mierda! Me he dormido. Ya son las seis.

Miren susurró algo como

­Quédate un ratito más. Ya irás mañana. Podemos empezar otra vez...

­Si quieres, luego. Volveré a las nueve.

Xuxú saltó de la cama, se vistió la misma ropa de la víspera y salió casi a la carrera.

En el kiosco, Juanjosito peleaba con la tapa de un termo de café.

­Mecagüen... Me he quedado frito. No sé ni si ha sonado el despertador.

­Pues no te has perdido nada. Hasta ahora aquí no ha venido ni cristo. Cada vez madruga menos la gente. Creo que en verano voy a empezar a abrir más tarde porque para hacer el primo...

Al final el kiosquero logró abrir la tapa del termo y repartió el café en dos vasos de plástico.

­Supongo que ya será tarde...

­Vete a saber.

La espera se hacía pesada y Xuxú estaba demasiado agotado para pasear por la plaza. Tomó asiento en la silla de camping que le ofreció Juanjosito y, con el paso de los minutos, se amodorró hasta dormirse.

­¡Ostia Xuxú! Despierta.

­¿Qué pasa?

­Pues que el tipo ese ha pasado por el cantón. Creo que era él.

­¿Hacia dónde ha ido?

­Hacia la derecha. Hacia la casa de Josefo.

Xuxú se desprendió de la cazadora que estaba usando a modo de manta y siguió el rastro que le marcaba Juanjosito. Cruzó el cantón y se encaminó hacia el domicilio de su amigo.

El portal estaba cerrado y ninguna luz delataba la presencia de una persona. Tampoco en las inmediaciones de la casa observó nada extraño ni sintió la presencia de nadie. Empujó varias veces la puerta y rodeo la pequeña edificación de dos alturas, un tanto apartada del resto de las casas y concluyó que allí no había nadie. Esperó cinco minutos y regresó al kiosco sin percatarse de una débil luz, tal vez un mechero, que brillaba en la parte alta de la casa, en el desván.

­Pues allí no hay nada. La puerta está cerrada, no hay ninguna ventana forzada y no se ve un alma...

­Habrá ido a otro sitio, pero juraría que era ese tipo.

­Bueno, otro día será. Me voy a casa, a ver si duermo un poco. Mañana también vendré.

­Hala, a descansar junto a tu mujercita. Le puedes llevar un croissant para que tenga un buen despertar.

­Buena idea.

A las siete de la mañana, Xuxú volvía a la cama donde dormía Miren. El calor de su cuerpo le hizo recordar las escenas más tórridas de la víspera y sintió despertar otra vez el deseo, pero prefirió descansar y dejar descansar a Miren. Tal vez a la hora de la siesta...

A las doce en punto, Huesitos hacía acto de presencia en el K.O.

­Hombre, hoy no soy el primero. ¿Cómo tú tan puntual, Xuxú?

­Es que quería hablar contigo antes de que llegue el resto de la gente. Hay un asunto delicado...

En los cinco minutos siguientes, con prisa y aire de secreto, Xuxú refirió a Luis Mari la historia del joven que rondaba la casa de Josefo.

­Joder, ¡que mosqueo! Mañana te acompaño.

­Creo que será mejor que hagamos turnos. Levantarse todos los días a las cinco...

­De acuerdo. Y, además, los que tenéis tareas nocturnas en casa...

Xuxú recordó la noche pasada y sintió otra vez aquel cosquilleo...

(CONTINUARA)